sábado, 26 de abril de 2008

RV: [RIMA] Ratzinger ordenó silenciar los abusos a menores bajo amenaza de excomunión

-----Mensaje original-----
De: rima-lista-bounces@tau.org.ar [mailto:rima-lista-bounces@tau.org.ar] En
nombre de Na Dim
Enviado el: lunes, 21 de abril de 2008 14:38
Para: RIMA
Asunto: [RIMA] Ratzinger ordenó silenciar los abusos a menores bajo amenaza
de excomunión

Link: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=66225
Tomado de Rebelión
19-04-2008
Difundido por RIMA - Red Informativa de Mujeres de Argentina

La hipocresía de Benedicto XVI y el silencio cómplice de los medios
Ratzinger ordenó silenciar los abusos a menores bajo amenaza de excomunión

C. Venaya
Canarias-semanal.com

No resulta difícil imaginar la rabia que deben haber sentido las víctimas de
los abusos sexuales cometidos por curas católicos, tras escuchar las
declaraciones efectuadas por Benedicto XVI con motivo de su viaje a los
EE.UU. Según recogió con grandes titulares la prensa internacional, Joseph
Ratzinger llegó a Washington - donde le esperaba George W. Bush - con un
"mensaje de disculpas por los abusos sexuales contra menores perpetrados por
algunos sacerdotes en este país". Con este impreciso adjetivo, oportunamente
seleccionado, Ratzinger se estaba refiriendo a los más de 4.300 curas que -
según un informe publicado recientemente - estuvieron implicados en Estados
Unidos en este tipo de delitos, desde la década de los 50.

En los EE.UU., como en Irlanda o Canadá, un enorme número de casos de
pederastia comenzó a salir a la luz en el 2002, dando lugar a una serie de
escándalos mediáticos y sentencias por las que la Iglesia se ha visto
obligada a pagar millonarias indemnizaciones a las víctimas. Éstas son
mayoritariamente varones, y en muchos casos niños impúberes en la época en
la que sufrieron vejaciones sexuales de todo tipo. Por supuesto estos países
no son los únicos en los que se han producido tales abusos en escuelas
dirigidas por órdenes eclesiales católicas. En España, sin ir más lejos,
donde el control de la escuela por parte de la Iglesia fue absoluto durante
más de cuatro décadas, no es difícil escuchar a antiguos alumnos de estos
centros relatar cómo sufrieron tocamientos u otras agresiones sexuales. Pero
aquí, como en Italia, el poder que todavía ejerce la Iglesia Católica sobre
las instituciones ha hecho que un férreo silencio amordace una historia que
algún día, sin duda, tendrá que ser contada.

Mientras volaba hacia los Estados Unidos, Benedicto XVI declaró, con la
naturalidad de quien pretende fingir inocencia, que los escándalos de
pederastia fueron "una vergüenza que no se debe repetir". Según manifestó el
cabeza de la Iglesia romana, los casos referidos habían supuesto "un gran
sufrimiento para EE.UU., para la Iglesia y para mí, personalmente". "No
comprendo cómo esto pudo suceder", agregó con aparente pesar Ratzinger a los
periodistas que le acompañaron en el avión.

La realidad, sin embargo, es otra bien diferente.
Joseph Ratzinger es consciente de que durante años miles de pederastas
fueron encubiertos y protegidos de la acción de la Justicia por las supremas
jerarquías de la Iglesia. Esta complicidad de sus superiores, el sistemático
encubrimiento por parte de la Jerarquía de los curas pederastas, permitió
que éstos continuaran abusando impunemente de varias generaciones de niños y
adolescentes, tanto norteamericanos como irlandeses.
Para evitar el escándalo, la Iglesia utilizaba el procedimiento de enviar a
los pederastas denunciados a otros destinos donde nuevos menores volvían a
sufrir los abusos de los clérigos viciosos. Existen numerosas sentencias
judiciales y documentos que prueban lo que afirmamos. Sólo a modo de ejemplo
ilustrativo se puede mencionar el caso de Bernard Law, arzobispo de Boston,
que tuvo que dimitir en el año 2002, después de que cientos de casos de
delitos sexuales que él había ocultado saltaran a los titulares de la
prensa. De manera similar actuaron el arzobispo de la diócesis de San Juan
de Terranova (Canada), Alphonsus Penney y el de Cardiff (Irlanda), John
Aloysius Ward, entre otros muchos dignatarios de la Iglesia de Roma.

La "ley del silencio" en casos de este tipo ha sido siempre una norma en la
Iglesia Católica. Pero en las incidencias concretas que se produjeron en los
Estados Unidos los encubridores no actuaron por cuenta propia.
Fue el mismísimo Benedicto XVI - entonces prefecto de la Congregación para
la Doctrina de la Fe - quien ordenó silenciar los abusos a menores. En una
carta recuperada por el semanario The Observer y fechada en mayo de 2001,
Joseph Ratzinger ordenaba a todos los obispos que dispusieran las medidas
necesarias para mantener en total secreto las investigaciones que
involucraban a sacerdotes en este tipo de prácticas deleznables.

Quien hoy está al frente de la Iglesia Católica e imparte doctrina moral
urbi et orbi - condenando o salvando con el respaldo del Espíritu Santo -
exigía a su subordinados que ocultaran los casos de pederastia a la justicia
ordinaria. En la aludida misiva, Ratzinger reclamaba para la Iglesia la
jurisdicción de este tipo de delitos "perpetrados por un clérigo contra un
menor". "Casos de estas características son materia de secreto pontificio" -
escribía Joseph Ratzinger de su puño y letra - advirtiendo que quien
rompiera ese secreto durante el plazo de 10 años sería castigado y
"posiblemente sufriría la excomunión". La orden del cardenal fue acatada con
la obediencia que corresponde a la religiosidad de su grey. Pero esta
complicidad con los delincuentes no pudo impedir que los abusos sexuales
rompieran la penumbra con la que Ratzinger intentó envolverlos y la verdad
terminó abriéndose camino.

Hoy, transcurridos algunos años desde que aquel severo custodio de la
Doctrina de la Fe pretendiera impedir que sus sacerdotes comparecieran ante
la "justicia de los hombres", Joseph Ratzinger intenta borrar sus
responsabilidades afirmando que "tenemos que hacer todo lo posible para que
estos abusos no vuelvan a suceder". Resulta significativo, no obstante, que
Ratzinger no haya manifestado explícitamente en los EE.UU. la disposición
del Vaticano a colaborar con los tribunales que continúan investigando los
delitos de pederastia cometidos por sacerdotes en este país.
Sucede que, pese a la gran ceremonia mediática que el papa Benedicto ha
protagonizado junto a Bush estos días en la capital del Imperio, con la
colaboración siempre sumisa de los grandes medios de comunicación, la
Iglesia católica continúa protegiendo con santa obstinación tridentina a sus
pederastas. Algunos de ellos, reclamados judicialmente en los EE.UU., siguen
encontrando hoy un confortable cobijo tras las verjas del Vaticano. Diríase
que, en el fondo, la Iglesia de Roma no ha acabado de asumir la culpabilidad
de muchos de sus numerosos pastores perversos. Y es que, al fin y al cabo,
"hay tantos menores que están de acuerdo con los abusos y que, incluso, si
te descuidas te provocan". ¿O no fue eso lo que dijo el Obispo de Tenerife,
don Bernardo Álvarez?


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