sábado, 26 de abril de 2008

RV: [RIMA] Diosas y reinas

-----Mensaje original-----
De: rima-lista-bounces@tau.org.ar [mailto:rima-lista-bounces@tau.org.ar] En
nombre de Na Dim
Enviado el: lunes, 21 de abril de 2008 14:29
Para: RIMA
Asunto: [RIMA] Diosas y reinas

Link:
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-4554-2008-04-13.html
Tomado de Página/12
Domingo, 13 de Abril de 2008
Difundido por RIMA - Red Informativa de Mujeres de Argentina

Anticipo > El nuevo libro de Eduardo Galeano Diosas y reinas En su próximo
libro, Espejos. Una historia casi universal, que estará en la calle a
mediados de abril, Eduardo Galeano elabora un inventario general de los
hitos y mitos de la historia de los hombres, un repaso caprichoso desde los
orígenes hasta hoy, sólo regido por la mirada lírica y lúcida del autor.
Como anticipo, Radar ofrece el capítulo dedicado a las mujeres de la
antigüedad y la mitología, una suerte de fundación del machismo.

Hindúes
Mitra, madre del sol y del agua y de todas las fuentes de la vida, fue diosa
desde que nació. Cuando llegó a la India, desde Babilonia o Persia, la diosa
tuvo que hacerse dios.
Unos cuantos añitos han pasado desde la llegada de Mitra, y todavía las
mujeres no son muy bienvenidas en la India. Hay menos mujeres que hombres.
En algunas regiones, ocho por cada diez hombres. Son muchas las que no
culminan el viaje, porque mueren en el vientre de la madre, y muchas más las
que son asfixiadas al nacer.
Más vale prevenir que curar, y las hay muy peligrosas, según advierte uno de
los libros sagrados de la tradición hindú:
Una mujer lasciva es el veneno, es la serpiente y es la muerte, todo en una.
También hay virtuosas, aunque las buenas costumbres se están perdiendo. La
tradición manda que las viudas se arrojen a la hoguera donde arde el marido
muerto, pero ya quedan pocas dispuestas a cumplir esa orden, si es que
alguna queda.
Durante siglos o milenios las hubo, y muchas. En cambio, no se conoce, ni se
conoció nunca, en toda la historia de la India, ningún caso de un marido que
se haya zambullido en la pira de su difunta mujer.

Egipcias
Heródoto, venido de Grecia, comprobó que el río y el cielo de Egipto no se
parecían a ningún otro río ni a ningún otro cielo, y lo mismo ocurría con
las costumbres. Gente rara, los egipcios: amasaban la harina con los pies y
el barro con las manos, y momificaban a sus gatos muertos y los guardaban en
cámaras sagradas.
Pero lo que más llamaba la atención era el lugar que las mujeres ocupaban
entre los hombres. Ellas, fueran nobles o plebeyas, se casaban libremente y
sin renunciar a sus nombres ni a sus bienes. La educación, la propiedad, el
trabajo y la herencia eran derechos de ellas, y no sólo de ellos, y eran
ellas quienes hacían las compras en el mercado mientras ellos estaban
tejiendo en casa. Según Heródoto, que era bastante inventón, ellas meaban de
pie y ellos, de rodillas.

Victorioso sol, luna vencida
La luna perdió la primera batalla contra el sol cuando se difundió la
noticia de que no era el viento quien embarazaba a las mujeres.
Después, la historia trajo otras tristes novedades:
la división del trabajo atribuyó casi todas las tareas a las hembras, para
que los machos pudiéramos dedicarnos al exterminio mutuo; el derecho de
propiedad y el derecho de herencia permitieron que ellas fueran dueñas de
nada; la organización de la familia las metió en la jaula del padre, el
marido y el hijo varón y se consolidó el Estado, que era como la familia
pero más grande.
La luna compartió la caída de sus hijas.
Lejos quedaron los tiempos en que la luna de Egipto devoraba el sol al
anochecer y al amanecer lo engendraba, la luna de Irlanda sometía al sol
amenazándolo con la noche perpetua y los reyes de Grecia y Creta se
disfrazaban de reinas, con tetas de trapo, y en las ceremonias sagradas
enarbolaban la luna como estandarte.
En Yucatán, la luna y el sol habían vivido en matrimonio. Cuando se
peleaban, había eclipse. Ella, la luna, era la señora de los mares y de los
manantiales y la diosa de la tierra. Con el paso de los tiempos, perdió sus
poderes. Ahora sólo se ocupa de partos y enfermedades.
En las costas del Perú, la humillación tuvo fecha.
Poco antes de la invasión española, en el año 1463, la luna del reino chimú,
la que más mandaba, se rindió ante el ejército del sol de los incas.

Hebreas
Según el Antiguo Testamento, las hijas de Eva seguían sufriendo el castigo
divino.
Podían morir apedreadas las adúlteras, las hechiceras y las mujeres que no
llegaran vírgenes al matrimonio; marchaban a la hoguera las que se
prostituían siendo hijas de sacerdotes y la ley divina mandaba cortar la
mano de la mujer que agarrara a un hombre por los huevos, aunque fuera en
defensa propia o en defensa de su marido.
Durante cuarenta días quedaba impura la mujer que paría hijo varón. Ochenta
días duraba su suciedad, si era niña.
Impura era la mujer con menstruación, por siete días y sus noches, y
trasmitía su impureza a cualquiera que la tocara o tocara la silla donde se
sentaba o el lecho donde dormía.

Chinas
Hace unos mil años, las diosas chinas dejaron de ser diosas.
El poder macho, que ya se había impuesto en la tierra, estaba poniendo orden
también en los cielos. La diosa Shi Hi fue partida en dos dioses, y la diosa
Nu Gua fue degradada a la categoría de mujer.
Shi Hi había sido la madre de los soles y de las lunas. Ella daba consuelo y
alimento a sus hijos y a sus hijas al cabo de sus agotadores viajes a través
del día y de la noche. Cuando fue dividida en Shi y en Hi, dioses varones
los dos, ella dejó de ser ella, y desapareció.
Nu Gua no desapareció, pero se redujo a mera mujer.
En otros tiempos, ella había sido la fundadora de todo lo que vive:
había cortado las patas de la gran tortuga cósmica, para que el mundo y el
cielo tuvieran columnas donde apoyarse, había salvado al mundo de las
catástrofes del fuego y del agua, había inventado el amor, echada junto a su
hermano tras un alto abanico de hierbas y había creado a los nobles y a los
plebeyos, amasando a los de arriba con arcilla amarilla y a los de abajo con
barro del río.

Romanas
Cicerón había explicado que las mujeres debían estar sometidas a guardianes
masculinos debido a la debilidad de su intelecto.
Las romanas pasaban de manos de varón a manos de varón. El padre que casaba
a su hija podía cederla al marido en propiedad o entregársela en préstamo.
De todos modos, lo que importaba era la dote, el patrimonio, la herencia:
del placer se encargaban las esclavas.
Los médicos romanos creían, como Aristóteles, que las mujeres, todas,
patricias, plebeyas o esclavas, tenían menos dientes y menos cerebro que los
hombres y que en los días de menstruación empañaban los espejos con un velo
rojizo.
Plinio el Viejo, la mayor autoridad científica del imperio, demostró que la
mujer menstruante agriaba el vino nuevo, esterilizaba las cosechas, secaba
las semillas y las frutas, mataba los injertos de plantas y los enjambres de
abejas, herrumbraba el bronce y volvía locos a los perros.

Mexicanas
Tlazoltéotl, luna mexicana, diosa de la noche huasteca, pudo hacerse un
lugarcito en el panteón macho de los aztecas.
Ella era la madre madrísima que protegía a las paridas y a las parteras y
guiaba el viaje de las semillas hacia las plantas. Diosa del amor y también
de la basura, condenada a comer mierda, encarnaba la fecundidad y la
lujuria.
Como Eva, como Pandora, Tlazoltéotl tenía la culpa de la perdición de los
hombres; y las mujeres que nacían en su día vivían condenadas al placer.
Y cuando la tierra temblaba, por vibración suave o terremoto devastador,
nadie dudaba:
–Es ella.

Griegas
De un dolor de cabeza puede nacer una diosa. Atenea brotó de la dolida
cabeza de su padre, Zeus, que se abrió para darle nacimiento. Ella fue
parida sin madre.
Tiempo después, su voto resultó decisivo en el tribunal de los dioses,
cuando el Olimpo tuvo que pronunciar una sentencia difícil.
Para vengar a su papá, Electra y su hermano Orestes habían partido de un
hachazo el pescuezo de su mamá.
Las Furias acusaban. Exigían que los asesinos fueran apedreados hasta la
muerte, porque es sagrada la vida de una reina y quien mata a la madre no
tiene perdón.
Apolo asumió la defensa. Sostuvo que los acusados eran hijos de madre
indigna y que la maternidad no tenía la menor importancia. Una madre, afirmó
Apolo, no es más que el surco inerte donde el hombre echa su semilla.
De los trece dioses del jurado, seis votaron por la condenación y seis por
la absolución.
Atenea decidía el desempate. Ella votó contra la madre que no tuvo y dio
vida eterna al poder macho en Atenas.


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