domingo, 6 de abril de 2008

RV: [RIMA] La memoria abre horizontes.

-----Mensaje original-----
De: rima-lista-bounces@tau.org.ar [mailto:rima-lista-bounces@tau.org.ar] En
nombre de Raquel Swi
Enviado el: viernes, 04 de abril de 2008 13:46
Para: Rima
Asunto: [RIMA] La memoria abre horizontes.

Para RIMA de P. 12
Las/12|Viernes, 04 de Abril de 2008
presas politicas
La memoria abre horizontes
Mujeres militantes de la Argentina, Uruguay y Chile que sufrieron cautiverio
durante las últimas dictaduras militares en sus respectivos países se
reunieron para seguir manteniendo viva la memoria en el Centro Cultural
Rojas convocadas por el Equipo de Educación Popular Pañuelos en Rebeldía.


Por Roxana Sandá
Durante dos tardes con sus noches, un revuelo de mujeres alzó las voces para
desmantelar el olvido que cada tanto vuelve a echar veneno sobre esta
Argentina. Mujeres guerreras que soportaron las cárceles de las dictaduras
latinoamericanas se reunieron la semana última en Buenos Aires en el
intento, como suelen advertir, "de conjurar al Cóndor", el plan político
militar que pretendió aniquilarlas. "Poco se sabe de la vida de las presas
políticas en las cárceles", relatan sus protagonistas. "Sin embargo,
nosotras construimos un espacio a partir del espíritu de resistencia y
solidaridad que los represores nunca pudieron destruir." De ofrecer estos
talismanes a los ojos de otras mujeres se trató el encuentro en el Centro
Cultural Rojas, organizado por el Equipo de Educación Popular Pañuelos en
Rebeldía. "Para que en el boca a boca -dicen- se pueda compartir la
posibilidad de nuevos horizontes."
En la ronda abierta que conformaron mujeres militantes de la Argentina,
Uruguay y Chile, compartieron vivencias Mirta Clara, ex detenida en cárceles
de Chaco, Formosa y Devoto; María del Carmen Ovalle, quien también pasó por
el penal de Devoto; Irma Leite, Martha Passeggi y María Cecilia Duffau, ex
presas de la cárcel uruguaya de Punta de Rieles, y la joven chilena Tamara
Vidaurrázaga, autora del libro Mujeres en rojo y negro. Memoria de tres
mujeres miristas, donde narra la experiencia de su madre, Soledad Aránguiz,
detenida en las prisiones de Augusto Pinochet.
¿Qué mecanismos de resistencia opusieron las mujeres frente al terrorismo de
Estado en las cárceles?
Irma Leite: -Una especie de salvaguarda interior de nuestras cabezas y
cuerpos como única forma de enfrentar a esas bandas desde el momento en que
te agarraban, encapuchaban y perdías la noción de tiempo y espacio. Entonces
llevamos esa derrota represiva que sufrimos todas las organizaciones
populares de América latina al plano colectivo. Caímos en manos de una
patota que contaba con todo el tiempo del mundo, y teníamos que ubicar
nuestra resistencia en ese tiempo infinito.
Martha Pessaggi: -Después de ese primer golpe, el colectivo de mujeres que
se crea en Punta de Rieles comienza a generar mecanismos de contraterror,
como talleres, murgas, pequeñas obras de teatro, para seguir pensando y
estar mejor físicamente.
¿Qué edades tenían cuando fueron detenidas?
M. P.: -Entre 18 y 22 años. Por eso, el hacinamiento de esos cuarteles
depósito donde llegamos a convivir 44 mujeres jugó como una experiencia
rica. Eramos gurisas que aprendimos a crecer en conjunto.
Cecilia Duffau: -Siempre tuvimos claro que debíamos fortalecernos desde
todos los aspectos de la identidad. Cantábamos, hablábamos y reclamábamos
aunque nos castigaran.
M. P.: -Y jugábamos. En el cuartel no había guardia permanente, por lo que
pasábamos largos períodos sin control. Empezamos a hacer carreras de
embolsados con las bolsas que nos mandaban los familiares. Un día, en el
momento más alto de una carrera, las puertas se abrieron de par en par:
estaba toda la plana de la oficialidad mirándonos petrificada.
¿En general las observaban como si fueran locas?
C. D.: -¡No! Era una mirada de desprecio. Nos insultaban diciéndonos
reclusas, pichis. En cierto modo, la resistencia en Punta de Rieles fue
quebrarles la jugada a los militares: creían que las celdas colectivas iban
a ser nidos de víboras. En sus cabezas, las mujeres no pueden estar juntas
porque se matan. Y se les volvió en contra, porque nos sirvió para mantener
una identidad de presas políticas.
M. P.: -Un día, uno de los represores se presentó y dijo: "Lo que ustedes
conocieron se terminó. Ahora empieza la guerra psicológica". Sobrevino un
período de represión brutal y ahí adoptamos el término "amuchar" en el
sentido de cerrar filas en el afecto, que era la base de la contención,
sobre todo a compañeras que quedaban muy mal después de las torturas.
María del Carmen Ovalle: -En Devoto, plantear la resistencia era lograr la
mayor unidad y comunicación posibles entre nosotras, tanto en lo cotidiano
como en la cuestión política. Había que mostrar una conducta unificada de la
reja hacia dentro y hacia fuera. Fueron ejes que tratamos de mantener porque
nos proponíamos salir humanamente enteras algún día.
¿Cuál era el método de presión sistemático en Devoto?
M. C. O.: -Había una comisión interdisciplinaria formada por un
representante de cada sector del penal, el párroco (un subprefecto mayor
retirado del Servicio Penitenciario) y el jefe de área militar que nos
interrogaba periódicamente, con el objetivo de hacernos firmar el
arrepentimiento. La mayoría nos negamos porque entendimos que era una carta
de los militares para mostrar en un futuro que todas éramos "terroristas
subversivas".
Tamara Vidaurrázaga: -Mi madre fue una de las militantes del Movimiento de
Izquierda Revolucionaria (MIR) detenidas en los ochenta, tras los operativos
de la Central Nacional de Información (CNI) en el sur del país. En esa época
yo era una niña y, obviamente, no entendía la resistencia en el penal de
Coronel, pero no me resultaba un sitio áspero porque tenía la particularidad
de que sólo alojaba a ocho mujeres. Era un espacio familiar donde no era
desagradable llegar: era triste irse. Y yo fui feliz visitándola. Con los
años y a partir de la investigación para el libro, descubrí que ese seguir
viviendo significaba continuar enamorándose, generando lazos de amistad,
teniendo hijos en situaciones donde quizá lo más lógico hubiera sido
privarse de la maternidad. Creo que tiene que ver con resistirse a ese orden
que se entiende desde la cabeza, pero que desde el estómago y el corazón no
se pueden soportar por mucho tiempo.
¿Pudieron preservarse algunos vínculos familiares?
C. D.: -Te quitaban todo. Podías ver a los seres queridos cada quince días o
seis meses, según el momento de la represión. Querían vaciarte, hacerte
perder las referencias.
M. P.: -El hostigamiento psicológico consistía en descubrir en qué podían
destruirnos. Si te perjudicaba no ver a tus hijos, te prohibían verlos. Si
lo que más te importaban eran las noticias de tu familia, no dejaban que te
llegaran cartas.
Soledad Aránguiz: -Coronel era una cárcel de pueblo. Por lo tanto, estábamos
a cargo de gendarmes que a la vez eran familiares de las visitas que venían
a vernos. Algunos no ponían distancia, y en la conversación íbamos logrando
que no revisaran tanto a las visitas, que no hicieran desnudar a las madres,
que humillaran menos a nuestros familiares.
¿De qué manera se protegieron esos espacios de intimidad?
Mirta Clara: -En el tiempo que estuve en cárceles del interior, cuando
llegaban las campesinas de las ligas agrarias se horrorizaban por tener que
desnudarse frente a nosotras. Debíamos hablar con ellas para vencer sus
temores respecto del cuerpo. Pero creo que el mayor impacto era el que se
producía frente a los represores, cuando te desnudaban entre varios con
violencia y miraban tu cuerpo. No los veías porque tenías los ojos vendados,
pero sabías que te miraban.
M. C. O.: -Pero también establecimos relaciones de mucho afecto, que
expresábamos con gestos y con el cuerpo mismo. Hacíamos gimnasia, aprendimos
a querernos. Proveníamos de diferentes sectores, pero teníamos un proyecto
común. Amábamos la vida y en la lucha habíamos construido la pareja y criado
los hijos. Ese proceso de crecimiento nos sirvió para recrear en la cárcel
las relaciones de afecto. Nuestros cuerpos no estaban disociados de nuestra
ideología.
S. A.: -En Chile, la cosa se complicó en los ochenta, cuando Pinochet
pretendió legalizar la situación frente a organismos de derechos humanos y
trasladó presos políticos a cárceles comunes. Muchas fueron violadas por
presos comunes; hubo que imponerse. Pero así y todo logramos armar algo de
vida en esos espacios. Al punto de que las internas terminaron diciéndonos
señoritas (risas), no como símbolo de jerarquía sino de respeto.
¿Cómo se abordaba la cuestión de la sexualidad?
M. P.: -En la mayoría de los casos fueron diez años de encierro y una
situación común de bloqueo respecto de la sexualidad; había compañeras que
sufrieron amenorrea de guerra. Nunca abordamos el tema a fondo por la
dificultad de contar cómo nos habíamos sentido cuando nos desnudaban,
torturaban y violaban.
I. L.: -Por otra parte, las organizaciones de izquierda en Uruguay éramos
absolutamente discriminatorias: en los setenta, la homosexualidad era
entendida como una debilidad. Después, las cabezas se fueron abriendo con
una cantidad de experiencias. Recién hoy, a mis 50 años, puedo ir para atrás
y preguntarme por aquel bloqueo.
C. D.: -Que de todos modos no fue relevante en esas épocas. Lo importante
era la resistencia y salir íntegras. A veces nos preguntaban cómo podía ser
que no nos masturbáramos. Pero la sexualidad estaba neutralizada por
cuestiones superiores, de preservación.
I. L.: -Hasta que salí, dudaba de qué iba a hacer con mi heterosexualidad y,
sin embargo, una vez afuera me sorprendió con qué naturalidad pude moverme
con mi cuerpo y en mi opción de parejas. Creo que esto demostró que también
vencimos en ese terreno, porque ni siquiera lograron traumarnos con sus
torturas degradantes.
S. A.: -En Lote Coronel el asunto fue diferente porque éramos pocas y
hablamos desde el comienzo. Las recién llegadas les preguntábamos a las que
estaban de antes qué pasaba con su sexualidad. Algunas no estaban de acuerdo
con la masturbación porque entendían que para resistir tantos años de cárcel
había que evitar métodos que exacerbaran la sexualidad. En Santiago hubo
cárceles donde los presos políticos lograron que les autorizaran a armar
carpas para encontrarse con sus parejas, una de las demandas de las presas
políticas en los últimos años, que se denominó venusterios, espacios para
tener visitas de pareja.
M. C.: -Cuando fuimos llegando a las cárceles nos encontramos con compañeras
que estaban detenidas desde antes de 1973, bajo la dictadura de Lanusse, y
que ya pedían la visita higiénica. En el '75 fue más difícil y en el '76 lo
único que importaba era sobrevivir. El deseo se canalizaba soñando con
nuestros compañeros, muchos muertos en situaciones traumáticas. Soñábamos
que estaban vivos y que teníamos relaciones sexuales. Pero en los sueños
también se daba ese borde donde la imagen de tu hombre pasaba a ser la cara
de la compañera de celda, y al otro día lo hablábamos entre mate y mate.
¿Por qué creen que muchos colectivos de ex presas políticas plasmaron sus
historias en los libros?
T. V.: -En parte porque continúan la tarea colectiva de recuperar la memoria
de lo sucedido, lo cual es admirable en una sociedad donde se impone el
individualismo a ultranza. Pero también, si se me permite, porque creo que
plantean contribuir a la memoria de las mujeres, históricamente vedadas para
escribir la historia oficial.

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