domingo, 6 de abril de 2008

RV: [RIMA] Mujeres Campesinas en el conflicto Gobierno-Campo.

-----Mensaje original-----
De: rima-lista-bounces@tau.org.ar [mailto:rima-lista-bounces@tau.org.ar] En
nombre de Raquel Swi
Enviado el: viernes, 04 de abril de 2008 13:41
Para: Rima
Asunto: [RIMA] Mujeres Campesinas en el conflicto Gobierno-Campo.

Para RIMA de P. 12
Las/12|Viernes, 04 de Abril de 2008
actualidad
En los márgenes del conflicto
Las mujeres campesinas, esas que viven y trabajan en el campo dándole a
diario a la materia prima un valor agregado que se traduce en alimento y
reproducción de cultura, estuvieron ausentes del conflicto entre "el
Gobierno y el campo", como se lo sintetizó en los últimos días. De todos
modos, desde las organizaciones de base que se han ido creando en los
últimos años, ellas expresaron su opinión dando cuenta de que esa mención
monolítica del "campo" tiene muchas aristas invisibles.

1-2. JUNTAS TRIUNFAREMOS, QUE ES PARTE DE LA ORGANIZACION NACIONAL DE
MUJERES CAMPESINAS Y ABORIGENES, INTEGRA TANTO A LAS PASTORAS JUJEÑAS COMO A
LAS CAMPESINAS DE CHACO.

3. EN LA INDUSTRIA DEL TABACO TRABAJAN LAS MUJERES CON SUS NIÑOS, LA MAYORIA
DE LAS VECES CON UN SOLO SUELDO FAMILIAR.
Por Maria Mansilla
Gualeguaychú queda a 322 kilómetros de Paraná. Y Colonia Neroud, a 36
kilómetros de Paraná. Entonces Inés Londra, que vive en esa colonia, ¿está a
358 km de una de las ciudades últimamente más combativas? No parece. Esa
corta distancia, precisamente, la aleja. Porque Inés no vive sobre sino en
los márgenes del triángulo de tierra más fértil de la Argentina. Vive en la
otra orilla. En una colonia de descendientes de alemanes, con 90 familias.
Una casa acá, otra más allá rodeadas de campos que no superan las 20
hectáreas. Rodeada de casas que si no tienen terreno alrededor, seguro son
de peones rurales. "Hay, también, gente instalada en las banquinas, son los
que vienen bajando del norte y centro de Entre Rios -agrega Inés-, son las
familias de los hacheros que se quedaron sin monte." Así sobreviven -porque
ellos son- los más pequeños de los pequeños productores rurales.
"Sembraba con arado de caballo", recuerda con emoción Inés cuando se acuerda
cómo empezó a trabajar campos ajenos su papá. Que después se asoció a un
vecino, compró un tractor, sembró más hectáreas y así fue tirando. Menos una
hermana, que salió artista, los otros cuatro hermanos de Inés, incluso ella,
siguieron el oficio de su papá.
¿Alguno de ellos creció lo suficiente económicamente como para hoy estar
enojado con las retenciones móviles?
-Sí, uno de mis hermanos. El no es un productor grande, se esfuerza mucho.
Pero seguro que las retenciones le molestan. Por eso, es difícil para mí
tener una posición. Pero es cierto que los productores de soja últimamente
han crecido muchísimo, les ha ido muy bien. Está bien que tengan que aportar
algo para que de ahí puedan redistribuir en el sector y se generen fuentes
de trabajo. Tendrán que encontrar la forma de arreglarse. Si tienen, tendrán
que compartir.
Ustedes, los verdaderos pequeños productores, ¿se sienten representados por
los reclamos?
-No. Hay entidades que se dicen representantes de pequeños productores pero
consideran pequeños a los de 50 hectáreas para arriba, y nosotros no
entramos. No estamos contemplados ni nos sentimos representados por esas
entidades. Nosotras estamos participando en la provincia en la Mesa de
Agricultura Familiar. Nuestra postura es que si van a hacer una política,
que sea para todos los sectores agrarios. No queremos vivir siempre del
subsidio. Tiene que haber una política para que todos estemos integrados en
la producción, no vaya a ser que se haga un arreglo y después quedemos como
siempre: peones, dependientes.
"Al margen de este y de todos los paros y acciones que realice la alianza
sojera, que por una lado despotrica contra el Gobierno y por el otro le pide
planes, programas y cargos, es necesario que se replantee una discusión más
profunda sobre el campo y las ciudades. Y, justamente, que en esa discusión
lo negado y lo marginado también sean de la partida", lanza en su comunicado
el Movimiento Campesino cordobés, en uno de los tantos mails que circularon
por Internet, que quién no reenvió a quienes piensan parecido, incluso a
amigos o amigas que están afuera del país y quieren saber.
Redefinir las estrategias de desarrollo en función de la agricultura
campesina indígena, mejorar la infraestructura comunitaria, productiva y de
servicios sociales en el campo profundo, detener los desalojos, garantizar
la producción de alimentos sanos para la población y centralizar en el
Gobierno las exportaciones son parte de las ideas que, por su parte, el
Movimiento Nacional Campesino Indígena disparó vía mail.
Como el Movimiento de Córdoba, como el de Inés (la mujer de Colonia Neroud),
como el de los pueblos originarios; lo que la mayoría de las organizaciones
campesinas pide es encontrar soluciones a temas viscerales y más urgentes
que los vinculados a los agronegocios y al comercio exterior: la falta de
agua, los caminos en mal estado, las escuelas rurales que se cierran, la
tenencia de la tierra, la precaria atención sanitaria, el cuidado del medio
ambiente. Dicho en las palabras del comunicado: "Decisiones que ayuden a
evitar que el pequeño productor sea un especie en extinción".
OJALA QUE LLUEVA CAFE
En Argentina, el 11 por ciento de la población es campesina. Las provincias
con más gente viviendo en zonas rurales son Santiago del Estero, Misiones,
Catamarca y Formosa. Según la Organización de las Naciones Unidas para la
Agricultura y la Alimentación (FAO), en Latinoamérica y el Caribe son 24
millones las mujeres que hacen este trabajo de forma invisible. Suman el
doble de las trabajadoras registradas oficialmente en el sistema productivo
regional.
La entrerriana Inés Londra no sólo habla por ella: también lo hace por sus
pares de la organización de mujeres del campo en la que participa. Mujeres
del campo que viven en el campo. Que cuidan a sus animales, trabajan la
huerta, hacen artesanías, tejen, preparan los productos que, con su venta,
dan sustento a la familia. A veces encaran el turismo rural; también cazan,
pescan, forestan.
El lugar común las muestra como "madres de la tierra", "mujeres del campo
profundo". "En su ámbito, no son el último eslabón de la cadena sino el
primero. El papel de la mujer en la agricultura familiar es prioritario",
observan los documentos de la Secretaría de Agricultura. Porque "es la
generadora del valor agregado a la producción, tarea en la que cumplen un
doble rol. La agricultura familiar es una forma de vida con características
culturales propias, que tiene como principal objetivo la reproducción social
de la familia en condiciones dignas. Es una actividad que realiza un aporte
clave no sólo a las producciones sectoriales, ya que asegura alimentos
confiables y de calidad, genera empleo y riqueza y protege el medio
ambiente. Además, promueve el arraigo rural y evita la expulsión masiva
hacia las ciudades".
Inés nos cuenta que tiene 64 años -como si 64 años fueran muchísimos-, que
ya es abuela y que descubrió su vocación: "Seguir capacitándome". Todos los
días se levanta a las 6. "Hacemos tambo, producimos queso." Ella ya no
ordeña "porque no me dan más las manos ni las piernas ni la espalda, no
sabés cómo te quedan de tanto sentarte a sacar leche". Cuando su marido le
trae los baldes del ordeñe, ella se pasa las dos horas siguientes preparando
el queso. Una vez a las 7 de la mañana, otra vez a las cinco de la tarde.
Todos los días. Tienen ocho vacas: en las buenas épocas, cuando las vacas
amamantan a sus terneritos, "son como la mujer": tienen tanta leche que
dejan producir hasta 7 kilos de queso diarios. "Lo vendemos a un acopiador.
La comercialización es complicada, el precio no podemos fijarlo nunca. Van a
supermercados del norte del país."
Las únicas veces que Inés no está firme en la cocina es cuando se reúne con
las mujeres de su organización social. Por la venta de los quesos saca por
mes entre $800 y $1000, y a esto le descuenta los gastos de producción. No
le importa seguir adelante con su vocación por obtener un precio justo del
alimento que elabora con sus manos. No es un fin en sí mismo: sabe que, de
esta forma, le regala un futuro a sus hijos. De lo contrario, si un día se
tienen que ir del campo, ¿qué opciones podrían tener en las ciudades para
poder vivir dignamente? Inés cree que ninguna.
Entre los anuncios que dio este lunes el ministro de Economía, precisamente
el del punto número cuatro, subrayó la creación de una Subsecretaría de
Desarrollo Rural para la Agricultura Familiar. En palabras de Martín
Losteau, ésta sería la respuesta a "un reclamo histórico del sector
orientada a atender la situación de desigualdad que vive el pequeño
productor y a desarrollar políticas para que vayan creciendo, agregando
valor y estando en igual situación de competencia con los medianos y grandes
productores. Así, podrán ser sustentables y mejorables año tras año". Una
novedad que, en realidad, ya había sido prometida en noviembre pasado, en el
Encuentro Federal de Agricultura Familiar.
Entonces, ¿para cuándo? "En el corto plazo. Sí, totalmente, seguro que es
este año", afirma José Catalano del otro lado del teléfono. Catalano es el
ingeniero que coordina el Programa Social Agropecuario (PSA). Esta nueva
rama de la Secretaría de Agricultura estaría dispuesta a atender ese reclamo
histórico de parte de los pequeños productores minifundistas, que suman
170.000. Son los que aportan sus productos a las economías regionales: desde
el norte haciendo tabaco, en Misiones con la yerba, en Cuyo y el NOA con la
vitivinicultura. Catalano declama: "Vamos a enfrentar los problemas
estructurales: agua, tierra, comercialización, asistencia técnica. Pondremos
a disposición una batería de instrumentos que tienden a cubrir el vacío
histórico que tuvo este sector campesino. Un sector históricamente
invisibilizado, pero con peso: las economías regionales están sustentadas
por la pequeña agricultura".
MUJERES EN LUCHA
Las primeras organizaciones de mujeres rurales cumplen más de 10 años; son
hijas del cansancio de estar a la sombra de los grupos mixtos. Ahora van por
más: por la capacitación en cuestiones de género. "El trabajo de la mujer no
está reconocido en la mayoría de las casas. Ni nosotras nos damos cuenta del
valor que tiene. Es una cosa muy valiosa darnos cuenta de que podemos
pensar, pedir y hacer por nosotras mismas. Por ejemplo, siempre la mujer
hace los productos en casa y el hombre los sale a vender. Ahora nosotras
también estamos saliendo, enfrentando los problemas del mercado", enumera
Londra.
Desde el monte santiagueño, María Elena Ovejero reflexiona: "Siempre
decíamos que éramos colaboradoras en lo productivo; hoy decimos que somos
trabajadoras. Es un cargo muy importante para nosotras. No fue fácil salir
de casa. Lo que nos preocupaba era cuando volvíamos qué nos esperaba, más
que nada por los esposos, ése era el miedo. Ellos no querían que
participemos. A pesar de los cambios que hemos logrado, una de las cosas que
me preocupa es la violencia, día a día la vivimos. Ahora, a las zonas
rurales, está llegando la atención del Consejo Nacional de la Mujer. Pero
también vivimos la violencia por el tema de la tenencia de la tierra, el
trabajo infantil, por la prostitución, porque las jovencitas y las menores
de edad son secuestradas para ejercer la prostitución. Y las mujeres también
hacen el trabajo de peón rural, en la cosecha de azúcar y de tabaco, y son
pastoras. Conozco a una chica que es pastora, trabaja 10 horas y le pagan
tres pesos por día".
Inés y María Elena viven a grandes distancias entre sí, pero están cerca.
Estuvieron más cerca todavía hace unas pocas semanas, en el encuentro
organizado por el Programa Social Agropecuario de la Secretaría de
Agricultura. En esa reunión, por segunda vez mujeres rurales de todo el país
intercambiaron opiniones, datos, experiencias, miedos.
ALTA TENSION
Desde hace un año, apenas, el pueblo donde vive María Elena Ovejero, que se
llama Invernada Sur, tiene luz. Y eso que está a sólo 100 kilómetros de la
capital santiagueña. Sin tendido eléctrico pero con tanta tensión como
energía, María Elena participa desde hace 13 años en una organización
regional que se llama Juntas Triunfaremos, que es parte de la Organización
Nacional de Mujeres Campesinas y Aborígenes (Mucaar) y de la Red Mujeres
Latinoamericanas y El Caribe. En Invernada Sur, ahora que tienen televisión
pueden seguir la coyuntura del campo por Canal 7, cuando no enganchan
Telefé. "Ese problema es más de la gente que está sembrando la soja. En esta
zona hay cítricos y lecheros pero a ellos no les afecta tanto", dice María
Elena a Las 12.
La violencia de género, la explotación sexual, la extranjerización de la
tierra y el trabajo esclavo son, decíamos, los temas en común con las
campesinas de los otros países. Pero las preocupaciones de las Juntas
Triunfaremos tienen también agenda propia. "Donde yo vivo es zona de monte.
No es un pueblito: hay casas en forma dispersa. Hay caminos intransitables,
y cuando llueve es el gran problema porque no tenemos salida a la ciudad.
Hubo casos lamentables, perdimos a compañeros por razones de salud, por el
tema de partos", denuncia María Elena, 52 años, criolla, nacida y criada en
esta zona, su papá trabajaba "en el obraje, en el acero", y su mamá le pasó
la posta de su oficio: hilar la lana de ovejas y hacer artesanías. Con su
marido siembran zapallos, maíz, cosechan miel de abeja. Sus hijos ya no
viven con ellos: pudieron irse a estudiar.
En su zona, cada vecino -la mayoría, dice Elena Ovejero, son parientes- el
que más tiene no llega a las 30 hectáreas. "¡No! Nosotros no plantamos soja.
Tenemos miedo a la soja. Se está terminando de construir un dique cerca de
donde estamos, y entre nosotros hablamos que quiere venirse la soja para el
lado nuestro. Decimos: `Se está viniendo la soja`. Es terror lo que
sentimos. Porque tenemos la experiencia de compañeras de Formosa que han
quedado muy mal por el tema de la soja que plantaban en el campo vecino: las
fumigaciones afectaban su producción, la salud de ellos y de los animales. Y
aquí mismo, en nuestra provincia, en pueblos vecinos a la provincia de Santa
Fe que viene avanzando la soja la gente de esas comunidades tenía los mismos
problemas."
El Mocase (Movimiento Campesino de Santiago el Estero) documentó las cifras
de esta afrenta: en 1966 había más de 600.000 productores agropecuarios, hoy
quedan 330.000. Estas 330.000 explotaciones dan trabajo en blanco a 310.000
personas que ganan unos $1200 mensuales; en paralelo, más del doble de gente
trabaja en negro y de manera temporaria y por la mitad de esa plata. "Poroto
mágico", bautizaron con ironía a la soja en la tierra de la chacarera.
El monocultivo de soja destruye cuatro de cada cinco puestos de trabajo
existentes y sólo crea un empleo por cada 500-600 hectáreas. En la otra
orilla, la economía familiar genera 35 puestos de trabajo genuinos por cada
100 hectáreas. Allí está Ovejero y su grupo, concentradas en el superávit de
su cosecha. "Al menos, de a poco, las mujeres en el campo ya podemos tomar
decisiones, ser parte de la sociedad", dice y cree en su promesa: "Lo vamos
a lograr en la próxima generación".
"En Argentina no comemos soja"
POR MARIA SOL WASYLYK FEDYSZAK
La rutina de Deolinda, campesina santiagueña, y sus compañeros no se vio
afectada en los últimos veinte días. Para ella los días siguieron comenzando
a las seis de la mañana. Después de varios mates y tortillas daba de comer a
las gallinas y abría el corral de las cabras. "En eso nos ocupamos desde las
7 hasta las 11. Después seguimos en el rancho mientras otros están en el
sembrado, recogiendo el choclo, los zapallos y las sandías. Por la tarde
vamos al sembrado y a la nochecita encerramos a las cabras." A las nueve
terminan las actividades, pero como dice ella, "es bien sacrificado". Ah, y
casi se olvida de la necesaria siesta, "sobre todo en verano".
Deolinda Carrizo es parte de ese campo tan resonante en estos días, pero ni
ella ni las nueve mil familias de pequeñas y pequeños productores que forman
parte del Movimiento Campesino de Santiago del Estero se sintieron
representados por los reclamos de las entidades agrarias que acapararon los
medios. Tampoco apoyan el lockout agropecuario porque entienden que no ataca
el problema de fondo: el modelo actual del agro pro monocultivo de soja y
todas sus consecuencias. Además consideran que las retenciones son una
medida necesaria pero insuficiente para generar equidad en el campo.
"Nosotros cuestionamos el modelo agroexportador, porque en nuestros
territorios nos lleva a la pérdida de lo que es nuestra cultura abocada a la
producción familiar diversificada." "El problema de las retenciones no nos
afecta. Nosotros trabajamos para autosustento, cultivamos zapallo, calabaza,
sandía, pero hemos perdido muchas parcelas por el efecto de sus
fumigaciones. Con ellas se pierden semillas criollas además de que provocan
problemas en la salud como cáncer e intoxicaciones. Esto perjudica a toda la
población, lleva a la desaparición del monte, se profundiza el cambio
climático, pero claro, eso no está en discusión."
El Mocase y otras organizaciones que integran el Movimiento Nacional
Campesino Indígena manifestaron que "algunos pequeños productores han
quedado envueltos en el doble discurso de la Federación Agraria y participan
de los piquetes engañados: las retenciones no afectan a los pequeños
productores. La FAA volvió a responder a sus socios sojeros abandonando a
sus federados pequeños como lo hizo en distintos momentos de la historia. Lo
más reciente fue su silencio durante los '90 cuando fueron expulsados del
campo 300 mil pequeños productores".
Los campesinos del movimiento no exportan. "Coincidimos en que tenemos que
estar fortalecidos hacia el interior, tratamos de colocar los productos en
el mercado regional. La lana de oveja, la carne de llama, el tabaco, la
hierba, son llevados a Buenos Aires y Córdoba para ser vendidos dentro de la
red de Comercio Justo", cuenta Deo a Las/12. El Comercio Justo se basa en
garantizar a los productores de los países económicamente menos
desarrollados una compensación justa por su trabajo, asegurándoles un medio
de vida digno y sostenible y el disfrute de sus derechos laborales.
En Santiago "tenemos posesión ancestral de la tierra y es comunitaria. Hay
un espacio para la producción individual y todo un territorio que es para
pastoreo común en el caso de los ganaderos. Es raro que haya familias con
título. Hay gente que tiene 10 hectáreas y algunos hasta 200. No más que
eso".
Para Deo y miles de campesinos hablar sólo de retenciones es dejar afuera
decenas de problemas que a diario deben hacer frente. "Hoy por hoy, estamos
teniendo problemas fuertes con la tenencia de las tierras, con los
paramilitares contratados por los terratenientes con órdenes judiciales que
salen de un día para el otro, pero cuando un campesino hace una denuncia no
pasa nada."
Sin el modelo de monocultivo de la soja "estaríamos viendo producción
diversificada y no estaríamos hablando del tema de las retenciones", subraya
Deo. Además, un detalle: "En la Argentina no comemos soja".
LA AMENAZA DE LAS TOPADORAS
Por M.S.W.F.
"Todo lo que pasó en estos días a nosotros nos ayudó para llevar el debate a
nuestras comunidades, para ver dónde está la problema del campo y fortalecer
nuestra lucha", cuenta Marta Greco de la Unión de Trabajadores Rurales Sin
Tierra de Mendoza. "Ojalá esto sirva para seguir concientizando a la
sociedad y para que el Gobierno escuche a los campesinos. Ojalá sirva para
la redistribución de las riquezas. Si logramos que se escuche otra campana
del campo, sería un gran paso."
"Nosotros no apoyamos el lockout y queremos limpiar la confusión desde los
medios porque se habla del campo como un todo compacto y en realidad los que
están en conflicto son los agronegocios y los empresarios de la soja. Ni son
campesinos ni viven en el campo", determina Diego Montón, compañero de
Marta.
Las retenciones son una medida necesaria para frenar la sojización pero "no
es suficiente", arremete Montón. "En nuestras comunidades tenemos batallas
por la tierra. Estos empresarios que hablan de respeto, de trabajo, son los
que abusan e intentan pasarnos por arriba con topadoras."
La UST forma parte del Movimiento Campesino Indígena (MNCI). Para ellos "las
llamadas 'entidades del campo', la SRA, CREA, FAA y Coniagro, sólo
pronuncian los dictados de los agronegocios. Hoy su símbolo es la soja
transgénica, que por su alta rentabilidad ha devastado bosques, desalojado
comunidades campesinas e indígenas, contaminado suelos y aguas y aumentado
los precios de los alimentos en el mercado interno".
De las 450 familias que integran la UST, algunas se dedican a la cría de
caprinos, chanchos, otros a la agricultura y el resto son obreros rurales.
"Ahí la lucha es la de tener acceso a la tierra sin patrón", recuerda Marta.
La organización posee su propia fábrica para procesar los productos, por
ejemplo, el tomate, que en su última etapa se comercializa en las redes de
Comercio Justo. También hay una línea de producción avícola. "Los pollos los
criamos con productos de campo, naturales", aclara Marta. También
desarrollan artesanías.
"Los productores caprinos viven en campos comunitarios y los productores de
tomate no poseen más de una hectárea y media o dos por familia. En sus
huertas, cada familia tiene garantizada la diversidad alimentaria."
Integran al MNCI más de 15 mil familias "que no se incluyen cuando se habla
de este campo. La mayoría de la población rural no está contemplada en esta
discusión, a pesar de que se habla de la voz del campo", destaca Montón.
Las retenciones "no tocan al pequeño productor y desalientan el uso de soja.
Hay pequeños productores que arriendan sus campos, pero que se incrementen
las retenciones no implica que les paguen menos por alquilar sus tierras",
explica Montón. Además, "la discusión pareciera sólo en torno de la
rentabilidad, pero nosotros tenemos que tener en cuenta otros indicadores,
tenemos que tener en cuenta qué alimentos producimos y con qué calidad",
señala.
"El Gobierno debe replantearse si quiere virar este modelo, los campesinos e
indígenas son actores de desarrollo y tienen que tomar en cuenta el tema de
la concentración de la tierra. El otro punto es el de la protección de los
bienes naturales. Hoy este modelo de la soja está degradando los suelos."
Al final de la charla, Marta recuerda las principales banderas de su lucha:
"La soberanía alimentaria y la reforma agraria". La primera se refiere al
derecho de los pueblos a definir su política agraria y alimentaria, sin
vender a países terceros productos a precios menores que el costo de
producción. La reforma agraria implica un amplio proceso de distribución de
la propiedad de la tierra, entendiéndose que la posesión y uso de ella debe
estar subordinada al principio de que sólo tiene derecho a la tierra quien
en ella trabaja, depende de ella y en ella reside con su familia.

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