viernes, 11 de enero de 2008

RV: [RIMA] Mujeres wichi, por Soledad Vallejos

-----Mensaje original-----
De: rima-lista-bounces@tau.org.ar [mailto:rima-lista-bounces@tau.org.ar] En
nombre de Gabriela Adelstein
Enviado el: viernes, 11 de enero de 2008 13:08
Para: rima-lista@tau.org.ar
Asunto: [RIMA] Mujeres wichi, por Soledad Vallejos

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-3835-2008-01-11.html
publicado en Página/12 - Las/12
fecha: viernes 11 enero 2008
difundido por RIMA - Red Informativa de Mujeres de Argentina

experiencias
El rumor de las voces propias

Lejos del modelo asistencialista, cerca de la autogestión y las tradiciones,
mujeres wichí de distintas comunidades, todas ellas de Formosa, trabajan
desde hace algunos años para descubrir las virtudes de la organización.
Empezar a hablar entre ellas, romper tabúes sin olvidar su cultura, dar
nuevos valores a su trabajo son sólo algunas de las herramientas que cambian
sus vidas.

Por Soledad Vallejos


Antes no se conocían entre ellas. La vida, para estas mujeres wichí, podía
ser solitaria cuando de compartir experiencias que podían hermanarlas se
trataba. Cada una de ellas vive en una comunidad diferente, cada comunidad
tiene un territorio en particular, alejado de las demás, con sus propias
rutinas cotidianas, sus vínculos familiares, sus días. Siempre tuvieron en
común, eso sí, el monte: ese espacio árido y generoso que puede ser patio de
juegos para las niñas, fuente de fibras para los tejidos de las mujeres, de
trabajo para los varones. Es un espacio que reconocen como propio desde la
infancia, y cuyos sonidos, grabados en un cd, las acompañaron durante los
días que estuvieron en Buenos Aires, mostrando su trabajo, contando sus
vidas, explicando cómo conocerse entre ellas, organizarse, les está
permitiendo cambiar sus vidas sin cambiar quiénes son. De eso se trató Los
colores del monte. La experiencia de organización de las mujeres indígenas,
una exposición de arte y artesanías que a fines de diciembre convirtió la
entrada del Centro Cultural Paco Urondo (de la Facultad de Filosofía y
Letras de la UBA) en una pequeña ventana a lo que viene pasando en una
región de Formosa desde hace seis años.

–Antes venían a trabajar con nosotras de otro proyecto, pero eso no nos
sirvió –dice Silveria Samuel, de la comunidad Santa Teresa.

¿Por qué?

–Porque cuando las mujeres nos queríamos organizar se terminó el proyecto,
se terminó el tiempo que tenían. Después empezó este otro.

¿Lo del anterior sí les sirvió para empezar esta organización?

–Sí. Y entonces vino ella, Fabiana (Menna, la antropóloga que las ayudó a
organizarse). Pero nos costó, porque vinimos diciendo que si uno va a las
reuniones, uno va a perder el tiempo. Porque cuando yo me iba a la reunión,
estoy horas en la reunión, llego en mi casa tarde...

¿A vos te pasó de decir "no voy a perder el tiempo en eso"?

–Sí.

¿Y cómo te convenciste de ir?

–Es que después me fue pareciendo importante. Con las reuniones que tuvimos
pudimos saber qué problemas teníamos, cómo arreglarnos, dónde se tiene que
ir, hasta dónde se puede llegar.

"A las niñas wichí les enseñan a hilar el chaguar para realizar las bolsas,
a recolectar los frutos del monte, a cómo relacionarse con los varones, etc.

Nos enseñan, entonces, a ser mujer, según lo que nuestra cultura piensa que
debe ser una mujer." Así comienza uno de los textos de Derechos sexuales y
reproductivos de las mujeres wichí, el cuadernillo producido por la
Fundación Gran Chaco y la Fundación Niwok –con el apoyo de la ONG italiana
CIN y el CNM– que recoge las experiencias de los talleres en los que, entre
2005 y 2006, se reunieron mujeres de distintas comunidades para lo
impensable: hablar de lo que, por tradición, no se habla. En esas reuniones
fueron venciendo la timidez y encontrándose, no sólo entre ellas, sino
también con profesionales médicas como Silvia María Kelly y la antropóloga
Fabiana Menna. Muchas de ellas, pero no todas, hablaban castellano, y eso
que puede parecer un obstáculo importante, sin embargo, fue una ventaja.

"La resistencia de las mujeres wichí, en realidad, al comienzo, si existía,
era a hablar: pero no era en realidad por resistencia, sino por timidez.
Claro, la dificultad grande es la lengua, pero a la vez el hecho de que otra
gente no la sepa puede ser útil. Ahora ya no pasa, nos conocemos, tenemos
confianza, pero al principio sí hubo momentos en que si yo estaba ahí, el
hecho de que ellas pudieran hablar en su lengua, sin que yo me enterara qué
decían, estaba bien. Era como marcar límites de parte de ellas: 'en esto te
hacemos entrar, en esto otro no'." Eso explica Fabiana Menna, la italiana
que por vínculos familiares un buen día de principios de los '90 viajó para
conocer Argentina, y diez años después regresó para terminar su tesis de
antropología. El trabajo debía llevarle tres meses, terminó quedándose dos
años, tiempo en el que conoció –gracias a un proyecto de años anteriores,
del que hablaba Silveria antes– las comunidades de Formosa. Los dos años,
finalmente, se convirtieron en un cambio radical y un nuevo proyecto de
vida: radicarse en Formosa, vivir de cerca las experiencias de estas
comunidades, dar una mano a las mujeres wichí a organizarse, lejos del
modelo asistencialista y cerca del empoderamiento y la autogestión. ¿Cómo
lograr, de principios de 2000 a ahora, que un objetivo tan ambicioso
comience a tener frutos? Revirtiendo los esquemas tradicionalmente aplicados
por proyectos bienintencionados, y atendiendo, estrictamente, a pautas
culturales propias de la comunidad wichí, para hacer, de ellas, herramienta
de un cambio respetuoso de tradiciones propias.

En el mundo wichí, la realización de artesanías es una definición de género:

se dedican a ellas las mujeres, que conocen los tintes de las plantas del
monte (el verde sale de la yerba mate, el azul del fruto de guayacán en un
tono y del fruto de la uva del monte en otro, el fumé del carbón) y las
técnicas complejísimas de tejido, que toman la planta de chaguar y la
convierten –tras un proceso– en fibras aptas para trabajar. Se trata de
saberes estrictamente femeninos y detentados por mujeres adultas: las niñas
son niñas y juegan como tales; solamente al promediar la adolescencia
comenzarán a dedicarse con más atención a las tareas textiles; cuando llegan
a la adultez, conocen las técnicas, los diseños, los pasos que convierten a
cada mujer wichí en artesana. La división de géneros hace que el mundo
doméstico, con sus intimidades y sus tareas cotidianas, sea el ámbito
femenino; los varones tienen a su cargo tareas relacionadas con los
alimentos y otras maneras de sustentar la reproducción familiar. "Todas las
mujeres son artesanas –explica Menna–. Es como decir que sos mujer, es la
definición misma de género. Es toda una esfera separada. Eso se transforma
en una herramienta útil, para mantener la independencia."

Esa separación de ámbitos fue, precisamente, lo que se convirtió en
herramienta básica para comenzar el proyecto de la Fundación Gran Chaco: en
tiempos del comercio justo, las artesanías que realizan las mujeres tienen
potencial para insertarse en circuitos comerciales en condiciones más
ventajosas que en otras épocas. Al organizarse, al conocerse entre ellas y
poder tramar redes entre comunidades, pudieron ir logrando un frente común,
desde el cual negociar y entablar contactos. Con pequeños créditos (a partir
de programas del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, por
ejemplo), se pudieron ir solventando compras de materiales, realización de
papelerías y viajes a ferias, para encontrarse con posibles compradores y
dar a conocer la experiencia de las comunidades. Sobre esa base, sus
artesanías dejaron de ser elementos de uso solamente en sus propias familias
para transformarse en mercancías con las cuales ganar dinero y hacer la
diferencia en el sustento de cada casa. Uno de sus vínculos comerciales más
sólidos, por ejemplo, es con el diseñador Marcelo Senra. No se trata tanto
de una profesionalización que busque convertirlas en grandes productoras
como de una organización que potencie lo que ya existe, les permite
construir y asignarles nuevos valores y acceder a una cierta independencia
sin dejar de ser ellas mismas, sin generar obstáculos ni desordenar un
sistema de vida que reconocen como propio.

Las reuniones entre mujeres de distintas comunidades fueron el paso inicial
de toda la experiencia: cifró el éxito en la apuesta de romper ciertos
silencios. Pero ¿cómo empezar cambios en la tradición sin que eso signifique
una ruptura con aquel mundo en el que se ha crecido, en el que cada una de
esas mujeres se reconoce desde niña? Pues hallando lo que tenían en común
esas setenta participantes, alentando que quince de ellas se convirtieran en
líderes para coordinar talleres, facilitando espacios de encuentro para que
pudieran compartir experiencias vinculadas con su salud sexual. A lo largo
de los encuentros fueron venciendo la timidez y poniendo palabras a
experiencias vitales largamente silenciadas. Partieron de una base: "Es
importante que hablemos de nuestras preocupaciones y nos apoyemos las unas
en las otras para mejorar la salud de todas". Elaboraron su propio concepto
de salud: "es no tener dolores ni preocupaciones en el cuerpo y el espíritu"

(un concepto que entronca con la tradición wichí, en la cual la salud no se
define con una sola palabra; también se parece a la definición de la OMS);
compararon sus propias creencias con aquellas prácticas que se realizan en
los centros de salud o en los hospitales donde eventualmente se tratan, y
concluyeron que "las creencias tradicionales wichí revelan cierta sabiduría,
y coinciden en muchos puntos con los planteos de la medicina occidental,
porque son el resultado de siglos de observación de los fenómenos humanos y
naturales".


(nota truncada)

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