viernes, 18 de enero de 2008

RV: [RIMA] La mujer es aún en el mundo ese oscuro objeto del derecho

-----Mensaje original-----
De: rima-lista-bounces@tau.org.ar [mailto:rima-lista-bounces@tau.org.ar] En
nombre de Maria Luisa Lerer
Enviado el: jueves, 17 de enero de 2008 4:15
Para: rima-lista@tau.org.ar; RIMA lista; rima gacetillas
Asunto: [RIMA] La mujer es aún en el mundo ese oscuro objeto del derecho

La mujer es aún en el mundo ese oscuro objeto del derecho

A comienzos del siglo XXI todavía está lejos de terminarse la discriminación


Si algo se destacó de su personalidad, fue esa inteligencia vivaz, adornada
de una socarronería impertinente que no siempre facilitaba la comunicación.
François Mitterrand fue un hombre complejo y, como tal, controvertido. De su
legado ideológico rescato algunas miradas agudas sobre el futuro, un
implacable análisis del alma francesa y su compromiso político con la mujer.


Alguna amiga feminista me ha hecho notar su fogosa y no siempre honesta vida
amorosa, pero el material rosa de su biografía no me impide valorar su
aporte histórico. De hecho, si tuviéramos que revisar la biografía de
grandes nombres de la historia en función de su relación con las mujeres, no
salvaríamos ni a Picasso ni a Einstein ni a tantos otros. Mitterrand no fue
un misógino enfermizo, como Picasso, ni un clásico macho dominante a la
usanza de Einstein, y su figura histórica no reviste tamaña grandeza, pero
fue relevante, tuvo luces en sus ideas respecto de la mujer y, amorosamente,
habitó en sus sombras.

Ahí está, para exaltación de la poesía trágica, la tortuosa relación con la
artista Dalida, que, en su suicidio, le dejó sus últimas palabras de amor:
"La vie m'est insupportable. Pardonnez-moi". De Mitterrand, pues, es la
frase que inspira este artículo: "¿Cómo será el hombre del siglo XXI?", le
preguntaron. Y el presidente respondió: "El hombre del siglo XXI será
mujer".

Daba, así, la vuelta al sentido de los chistes de los años 60, tan amantes
de ridiculizar la lucha feminista: "Una feminista es una mujer que es todo
un hombre"...

Sin embargo, la optimista perspectiva de Mitterrand, ¿es realista? Algunos
indicadores así lo muestran, no en vano la mujer ha avanzado en todos los
frentes, e incluso puede llegar a presidir el país más influyente del
planeta. Aunque, en este sentido, es interesante un artículo de Andrés
Oppenheimer en LA NACION, donde no parece claro que Hillary Clinton lo tenga
fácil.

Un dato ofrecido por Andrés, para enfriar las ilusiones: Estados Unidos está
en el puesto 67 de representación femenina en las cámaras bajas, justo por
detrás de Zimbabwe. Sin embargo, una mujer negra es la número dos del
gobierno, otra es la presidenta del Senado y Hillary tiene opciones de
llegar a la Casa Blanca.

Ese magma de contradicciones es, hoy por hoy, el retrato dual de la
situación política de la mujer en un mundo donde algunas de ellas son
presidentas y otras sólidas candidatas. Parto, pues, de esta convicción: esa
mujer que abandonó, hace más de un siglo, la casa de muñecas de Ibsen para
encontrarse a sí misma, que se estrelló con Alexandra Kolontai en las
revoluciones tan misóginas como las sociedades que querían cambiar, que
profundizó en el "deuxième sexe" de la mano de Simone de Beauvoir, y que hoy
quiere aterrizar en la Casa Blanca o en la Rosada, esa mujer ya no va a
parar.

Como una mancha de aceite, la mujer ha decidido que su frontera no tiene
fronteras y que todos los retos son posibles.

Me permití expresar esta idea al matrimonio Kirchner, a quien saludé en el
emotivo acto de AMIA: "Queremos la igualdad. Es decir, el poder".

"La tercera mujer", como gusta de nombrarla Gilles Lipovetsky, ha iniciado
un proceso imparable.

Ese proceso, que está transformando para siempre nuestro paradigma cultural,
es el cambio más importante de la historia reciente de la humanidad;
equiparable a la Ilustración, que transgredió nuestra relación social con
Dios y con el poder, y a la aparición del concepto democrático de sociedad.
Sin duda, la emancipación de la mujer es el aporte más profundo del caótico,
contradictorio y aterrador siglo XX.

Sin embargo, las luces cohabitan con tanta impunidad con las sombras, que el
balance de la situación de la mujer a inicios del siglo XXI derrocha
vergüenza tanto como adolece de derechos. Cierto.

En las sociedades libres, nuestros códigos penales persiguen la
discriminación. Pero también es cierto que el paradigma social no ha
cambiado al ritmo de las leyes, y que las mujeres de las sociedades
democráticas sufren, más que gozan, la pretendida igualdad.

No tenemos mujeres emancipadas, capaces de llegar a los horizontes lejanos
que se planteen. Tenemos profesionales agotadas, obligadas a demostrar cada
día que son excepcionales, que no son "okupas" del despacho que detentan.
Esas mismas profesionales compaginan su competitividad profesional con vidas
personales cuya responsabilidad también asumen íntegramente: hijos, trabajo
doméstico, familiares ancianos; de la heladera a la plancha, del pediatra a
la escuela, las profesionales del siglo XXI han conquistado el derecho
legal, pero están lejos de conquistar el derecho cotidiano.

Por supuesto, el paradigma masculino está cambiando y ya son muchos los
hombres que asumen su responsabilidad, pero estamos lejos de un estatus
justo para las mujeres. Y eso nos agota, hasta el punto de considerar la
igualdad como una pesada carga.

Alguien lo dijo sabiamente: las mujeres buscamos a un hombre que aún no
existe, y los hombres buscan a mujeres que ya no existen. Por el camino, a
pesar de todo, nos encontramos.

No es menor el resto de ítems que configuran el techo de cristal de la mujer
actual: discriminación laboral, peores sueldos, mayores dificultades para
progresar y, en el rincón más oscuro del problema, la malvada cuestión de la
violencia doméstica. Cruel, trágica y opaca.

Es falso considerar que la cuestión de la mujer está resuelta, y, aunque su
avance sea imparable, está en manos de nuestras sociedades hacer el camino
menos doloroso. La igualdad llegará el día en que la mujer tenga el derecho
a ser mediocre; como mínimo, tanto como lo son la mayoría de hombres que
progresan en la sociedad.

Dicho todo ello, todo es menor cuando la mujer que situamos en el horizonte
habita en sociedades dictatoriales, sometida a leyes medievales y
esclavizada con excusas religiosas tiránicas.

Esa es la herida sangrante que grita su silencio en los rincones del mundo,
allí donde las leyes de la modernidad estallan en los muros de la barbarie.

Millones de mujeres no tienen derecho a documento propio, no pueden escoger
a sus maridos, sufren códigos penales que las esclavizan hasta el delirio, y
fácilmente pueden ser condenadas a muerte por delitos de honor.

Lapidación, mutilación genital (135 millones de mujeres mutiladas en el
mundo), matrimonios forzosos, analfabetización y un largo recorrido de
violentas indignidades, que convierten a millones de ellas en parias del
derecho internacional.

Su dolor no interesa a nadie, no forma parte de lo políticamente correcto,
no tiene una Organización de las Naciones Unidas que lo ampare ni una
conciencia crítica que lo denuncie, y así cohabitamos con mujeres que pueden
presidir Estados Unidos en el mismo planeta y tiempo donde otras pueden ser
legalmente lapidadas.

¿Cuántas abogadas, médicos, maestras de escuela, poetas, pierde la humanidad
en Arabia, en Yemen, en Qatar, en Emiratos, en Sudán, en Somalia, en
Malasia, en.? ¿Cuántas mujeres felices? La violencia legal contra la mujer
que ejercen decenas de países islámicos es un acto criminal, cuya impunidad
sólo nos da la medida de la iniquidad colectiva.

El estómago del planeta ya no soporta la discriminación legal contra negros,
gitanos u otra comunidad secularmente discriminada. Pero digiere, sin
empacho, las brutales discriminaciones que padecen millones de mujeres en
manos de gobernantes islámicos. Es decir, hoy otra vez lo ocurrido en
Sudáfrica ayer es impensable. Pero Irán o Sudán o Yemen adornan los cuadros
de honor del horror femenino.

En nombre de un dios, ulemas, ayatollahs, imanes, tiranos, niegan los
derechos fundamentales a sus madres, hijas, esposas, y ello no implica un
levantamiento moral de las conciencias comprometidas.

Esos mismos tipos que usan celulares vía satélite y que construyen
rascacielos con lujo estratosférico mantienen a sus mujeres en la peor
opresión. Ellos disfrutan del siglo XXI; ellas están condenadas a los
grilletes del siglo XIII.

Mientras, ¿dónde está Sting para cantar contra la opresión femenina, como lo
hacía contra la opresión negra? ¿Dónde están los intelectuales engagés?
¿Dónde el grito rebelde de las universidades? ¿Dónde la izquierda decente,
la que no adora a tiranos? ¿Dónde, todos?

Si este artículo tiene algún valor, que sea el del grito. Un grito por tanto
silencio cómplice, por tanta palabra negada, por tanto dolor escondido.

Puede que lleguemos a la Casa Blanca o a cualquier otro color del color del
poder. Pero la realidad opresiva de millones de mujeres anula el siglo de la
libertad femenina. Auguro un XXI donde el machismo criminal cabalgará libre
durante décadas, amparado en el perverso uso de la religión, la impunidad de
las tiranías y la indiferencia colectiva.

Por cada Hillary, ¿cuántas mujeres asesinadas "legalmente" por delitos de
honor? ¿Por cada Cristina, cuántas lapidadas?

Por Pilar Rahola
Para LA NACION
La autora, escritora y periodista española, fue diputada y vicealcaldesa de
Barcelona.

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