miércoles, 2 de julio de 2008

RV: [RIMA] 28 de junio/ BARUYERA - CONSTRUYENDO DESDE LO ENDEBLE Y PARA LO EFÍMERO

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-----Mensaje original-----
De: rima-lista-bounces@tau.org.ar [mailto:rima-lista-bounces@tau.org.ar] En
nombre de BARUYERA
Enviado el: jueves, 26 de junio de 2008 19:39
Para: Red Informativa de Mujeres de Argentina; safo_piensa-lista@tau.org.ar
Asunto: [RIMA] 28 de junio/ BARUYERA - CONSTRUYENDO DESDE LO ENDEBLE Y PARA
LO EFÍMERO

BARUYERA - CONSTRUYENDO DESDE LO ENDEBLE Y PARA LO EFÍMERO 

(Porque nada nos liga ni nos sujeta)
 
El 28 de Junio recordamos la revuelta de Stonewall del año 1969, que ha
pasado a nuestra historia como la fecha en que se inicia el moderno
movimiento GLTTTBI y, más tarde, todas sus variaciones. Esa noche, un grupo
de disidentxs sexuales reunidxs casualmente en un bar "de ambiente" en la
ciudad de Nueva York, dijeron basta a la sistemática e implacable opresión
que soportaban desde hacía tiempo por parte del terrorismo de Estado,
disfrazado de policía al servicio de lo que el mismo estado define como
orden, moral, y buenas costumbres.
Declarado Día del Orgullo por el mismísimo grupo que resistió la redada
policial aquella noche –y los varios días de enfrentamiento que siguieron–,
es una fecha particularmente adecuada para reivindicar nuestra libertad de
disentir y denunciar, nuestras felicidades y nuestra Potencia (Tortillera).
Junto con la alegría y el empoderamiento que nos resultan constitutivos de
este "orgullo", no olvidamos en ningún momento que el hecho de que Stonewall
haya ocurrido, que haya sido posible como crimen y masacre, nos obliga a
significar esta conmemoración en términos de denuncia a la cultura
heteronormativa que oprime y reprime no sólo a quienes nos alejamos más o
menos de sus mandatos, sino también a quienes los obedecen a rajatabla.
En los años de Stonewall, los homosexuales[1] eran maltratados y
despreciados por la policía, que los trataban como criminales o ladrones no
sólo en los Estados Unidos. También eran tratados como enfermos mentales por
los médicos y psiquiatras de aquella época –situación que, de hecho,
continúa en muchos casos, no obstante las ya antiguas disposiciones de las
organizaciones internacionales que legitiman el saber/poder médico.
La cuestión es que esa noche varias personas (hombres, mujeres, trans y
travestis), juntas, se dieron cuenta de que estaban hartos y hartas de la
persecución estatal consentida por sus propios  "vecinos"; se dieron cuenta
que podían decir basta, y lo hicieron. Por eso el día del orgullo conmemora
un acto político de resistencia y no una concesión del poder, como el 17 de
mayo, erigido por los organismos internacionales en capciosa celebración de
la lucha oficialista contra la homofobia (vana y pretenciosamente expresada
en la decisión de quitar la homosexualidad de la lista de enfermedades
mentales).
 
¿Quiénxs eran, y quiénxs son, aquellxs personas tan socialmente vulnerables
que pueden ser arrestadxs una y otra vez? Claramente, las que se encuentran
en una situación civil de ilegalidad (p. ej: menor de edad, "vestido con las
ropas del otro sexo", "ofreciendo sexo en la vía pública", "causando
disturbios" que son reacciones hacia la violencia real y simbólica que se
soporta continuamente), o las que, aún teniendo un status civil legal no
pueden hacer valer sus derechos.
¿Por qué la policía hacía redadas reiteradamente allí? Por lo obvio: ¿quién
se iba a quejar? La exclusión de las familias y los exilios hacen que muchxs
no tengamos quién responda por nosotrxs; el ambiente de los bares y
boliches, "la noche" –humo y alcohol, drogas, música berreta y sexo
ocasional– hace que seamos siempre consideradxs pésimxs vecinxs de dudosa
decencia, lo que nos hace, en buena medida, socialmente vulnerables.
 
La revuelta del 28 de junio del 69 fue una respuesta desde el hartazgo al
Terrorismo de Estado -definido por la sistematicidad de sus fatídicos
"haceres"- que en Stonewall, como en cientos de otros lugares de encuentro,
ejecutó por enésima vez una intervención específica con objetivos
específicos: eliminar y aterrorizar.
Con una modalidad diferente, adaptada tal vez a "los tiempos que corren", el
Estado hoy y aquí nos oprime por omisión –mirando para otro lado, desoyendo
los reclamos, trabando el debate, y apoyando solapadamente a las fuerzas
sociales "privadas" o "particulares" como los "Vecinos de Palermo", o padres
y madres indignadxs frente a lxs docentxs disidentxs sexuales de sus hijxs,
etc.
 
La cultura heteronormativa –el famoso patriarcado proxeneta– nos oprime y
reprime no sólo cuando no nos permite casarnos civilmente, sino también
cuando nos obliga a ser monogámicxs y convivientes; no sólo cuando no nos
deja elegir nuestra identidad de género, sino también cuando nos dice qué
órganos debe tener cada cuerpo, qué forma, qué medidas, y hasta qué color de
piel, y ojos, cuántos pelos y dónde, cómo sentarse, caminar, moverse, y, por
supuesto, cómo y qué sentir, desear, querer, disfrutar y/o aborrecer.
La hegemonía se construye y sostiene en la dialéctica consenso/coerción
develada por Foucault por la misma época que los sucesos de Stonewall. Todas
las tecnologías vinculadas de un modo u otro a los aspectos materiales de la
vida humana están puestas al servicio de producir cuerpos sexuados de dos
tipos (por cierto, muy distintos). La hegemonía –sea ella lo que sea,
monstruo, entelequia u otra cosa– legisla el deseo/amor/sexo legítimo, lo
nombra "decencia", "naturaleza", "normalidad" y, para desanimar a quien
tenga algún otro plan para sí mismx –y mucho más para aleccionar a su rebaño
no descarriado– utiliza la excusa de la vigilancia de "la moral y las buenas
costumbres" para eliminar a todx/s aquellx/s que no se conforme/n con dicho
limitado espacio para expresar sus sentires y deseos, para disfrutar sus
goces.
 
Con todo, finalmente unas cuantas cuestiones empiezan a resultar evidentes,
innegables, ineludibles. Por ejemplo: que muchxs nos movemos en sentidos
contradictorios y -por qué no- aleatorios dentro de los límites asignados,
algunxs simplemente extendiendo las fronteras de las identidades un poco más
allá de lo adecuado y otrxs subvirtiéndolas al costo de convertirse en
sujetxs negadxs política, social y culturalmente. Y también: que las
identidades no son tan estables y fijas como han pretendido ni, por lo
tanto, resultan tan fácilmente manipulables.
Ante este panorama los poderes se vuelven difusos, se solapan, se escurren,
confunden… y muestran sus fisuras tan anchas o estrechas como se quieran
ver.
 
En esta época histórica en la que los sectores dominantes -poderes
biocapitalistas con sedes en las grandes urbes desde donde crean y
retransmiten por TV las potentes, avasallantes ficciones que sustentan el
orden mundial y su íntimo tejido social- han logrado articular una
aceptación del "otro", de la "diversidad", de las identidades fluidas, de
las minorías, situándolas en una especie de limbo político -que a menudo
llaman "post-político"- en el que las identidades colectivas parecen ceder
en favor de una vida más libre, de consenso y diálogo, la hegemonía liberal
sigue generando recursos de todo tipo para ampliar lo que ha llamado
"igualdad" pero que, en nuestra opinión, no es más que otro fraude (un
trompe l'oeil, podría decirse) no tanto para disciplinar a lxs prófugxs como
para convencer, a quienes dudan, de la impractibilidad de escapar/se de las
reglas vigentes. Esta aceptación "oficialista" de una diversidad mansa
resulta más retórica que práctica, pero de todos modos –o justamente por
ello- sumamente efectiva para sus fines, que son eminentemente
propagandísticos y gatopardescos. De este modo, las sexualidades no
normativas se desarrollan como un desbocado rizoma que es imperativo
reconocer y hacer inteligible, poder representar para controlar y dominar:
lxs que hasta acá no existíamos para el Derecho ni para el mercado (ergo, ni
existíamos para el Estado ni teníamos sustancia política alguna), poquito a
poco hemos devenido sujetxs de políticas públicas, sujetxs de publicidades y
servicios -como el asesoramiento legal, los tratamientos estéticos, y varios
etcéteras-, de programas de entretenimientos, de ley de identidad de género,
instituto anti-discriminación y ley de matrimonio. Todas éstas, estrategias
que se da la democracia para garantizar los derechos que, en realidad, todas
las personas tienen por el sólo hecho de nacer, pero que para el caso de
quienes no se atienen literalmente a las normativas, hay que explicitar en
un punto aparte. Estrategias que otorgan inteligibilidad y algo de
protección real –y hasta de disfrute- a cambio de resituarnos en el juego
liberal y, también, en el espacio literal de la legislación impresa.
 
¿Acaso una ley de identidad de género o de matrimonio, la unión civil en
Capital Federal, o una educación (hetero)sexual -disfrazada de "prevención"
y "salud responsable"- producida e irradiada desde el centro del poder
terminará (o al menos será un gesto para terminar) con la homofobia y el
heterosexismo compulsivo, su "padre" bio e ideológico? ¿La democracia
heteropatriarcal, que es la que hasta hoy nos niega, nos hará devenir
"personas"?
 
No. No hay posibilidad de libertad mientras no se cuestione el poder de la
cultura heterosexual y machista. "La libertad o la posibilidad de actuación
no son de índole abstracta y/o preceden a lo social, sino que siempre se
establecen dentro de una matriz de poder" escribe Judith Buttler en algún
lugar.
Mientras las reformulaciones para hacer medianamente vivibles algunas vidas
más o menos abyectas sigan surgiendo de los centros de poder establecidos,
no habrá cambio posible. No debe confundirnos que a menudo esos pseudo
cambios promovidos desde los bunkers reales de poder y ejecutados por los
Estados acólitos sean concretados por sujetos que portan paradójicamente las
mismas credenciales de identificación y discursos que, en forma, son
similares a los que consideramos verdaderamente libertarios.
 
Las estrategias planteadas para volvernos "viables" dentro del estado de
derecho jamás revisan la centralidad de la heterosexualidad como identidad
dominante en torno a la cual se distribuyen, polarizados, los cuerpos
sexuados; no cuestionan el carácter heterosexista de la cultura ni el
privilegio de la heterosexualidad dentro de la construcción social ni la
homofobia.
El heteropatriarcado ha convertido el estilo de vida de la familia tipo
(nuclear, heterosexual, reproductiva, urbana, clase media) en parámetro
absoluto[2]. En efecto para entrar en el juego de estar en el mundo
ordinario, real y cotidiano de la "normalidad", debemos demostrar que somos
capaces de llevar adelante, y con un alto grado de éxito, una vida según la
definición que asocia "trabajo y familia" a "adultez saludable"; o, al
menos, que podemos mantener en delicado equilibrio y sin que se enreden, los
muchos hilos de las marionetas que tenemos que inventar para sostener la
farsa de tal adultez. Parece que, para ser sujetx de derecho (o mejor, para
gozar de derechos sin estar sujetxs a ellos por las marañas del biopoder),
hay que saber cómo acomodarse un poco al molde, ¡y estar decididx a
hacerlo!… En este punto, no tenemos que olvidar que porque somos
depositarixs de todas las interpelaciones del caso, quienes vivimos y
ejercemos la disidencia sexopolítica, somos quienes –posiblemente sin
quererlo– tenemos en nuestro poder la llave para ingresar al mundo "real",
para marcar la divisoria de aguas entre su adentro y su afuera, o entre su
frontera y su limbo.
 
Pensarnos políticamente en el mundo:
Somos guerrilleras, revulsivas, insidiosas e incordiosas. Los movimientos
orquestados desde los macropoderes disciplinadores nos causan náuseas. Y
vomitamos.
No queremos unos largos protocolos de test ni certificados que acrediten
nuestra presuntamente deseable "normalidad" para acceder a los derechos de
un mundo que ya está totalmente armado… y repartido… Por eso hoy –como todos
los días– decimos que no estamos de acuerdo ni apoyamos una ley de identidad
de género que quiera estandarizarnos o devolvernos al binomio hombre/ mujer,
hetero / homo, femenino/ masculino. Tampoco queremos que un comité de
expertxs defina cuán asentadxs sobre un género u otro estamos. Ninguna mujer
u hombre que pertenezca a la matriz hetero debe en ninguna instancia de su
vida ratificar su grado de feminidad o masculinidad.
No queremos programas para gays y lesbianas que nos patologicen como
depositarixs de una extraña afección que necesita tratamiento especial.
Porque de esta manera no sólo se monta un negocio sobre las identidades
transgresoras sino que además se elude la marca indeleble de la homofobia y
el heterosexismo en la sociedad. Ningún heterosexual acude a un centro a
pedir ayuda por la homofobia que lo aqueja.
No estamos de acuerdo con los discursos de la tolerancia y la aceptación. No
se puede "aceptar" la diversidad, como dicen algunas personas, asqueadas
pero resignadas a convivir en un espacio que no es sexualmente puro. La
diversidad "es" y su existencia no depende de nuestra voluntad de aceptarla
o no.
En cambio, sí depende de cada persona involucrada de algún modo, el
problematizar las "diferencias" que construyen unos sujetos que "aceptan" y
otrxs que debemos ser "aceptadxs".
No queremos ser más objeto de investigación de la ciencia heterosexual que
legitima sus propias y convenientes (para sí) "causas", "características" y
"categorías". Tenemos voz propia y sabemos cómo construir y legitimar los
saberes que nos sean útiles, necesarios. La heterosexualidad cotidiana –que
es compulsiva tal vez sin tener conciencia de ello– debería investigarse a
sí misma, preguntarse cuáles son los vericuetos que la han convertido en la
máquina de opresión mejor diseñada de la historia, cuál es su papel en la
construcción, sostenimiento y reproducción de las opresiones pasadas y
actuales a las que muchas veces, paradójicamente combate.
No queremos una Educación Sexual anclada en el Uno heterosexual como centro
de todas las cosas y que desde allí se desplace por lo múltiple. Como quien
pasea por un supermercado de "variedades".
No queremos una ley de matrimonio. No deseamos entrar en el mercado de las
personas "casables", "solteronas", "cónyuges". No queremos que el estado
legisle y designe a quién/es podemos amar, con quién/es podemos compartir la
vida, de quién/es podemos hacernos cargo.
Si ese es el precio, preferimos seguir siendo lo no representable.

 

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