miércoles, 4 de junio de 2008

RV: [RIMA] Dora Coledesky, por Moira Soto

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De: rima-lista-bounces@tau.org.ar [mailto:rima-lista-bounces@tau.org.ar] En
nombre de Gabriela Adelstein
Enviado el: viernes, 30 de mayo de 2008 16:04
Para: RIMA Tau
Asunto: [RIMA] Dora Coledesky, por Moira Soto


http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-4146-2008-05-30.html
publicado en Página/12 - Las/12
fecha: viernes 30 de mayo de 2008
difundido por RIMA - Red Informativa de Mujeres de Argentina


TAPA> ENTREVISTA

La vida en verde

A sus 80 años, Dora Coledesky no afloja el paso. Puede ser que elija
sentarse de tanto en tanto; pañuelo verde al cuello –simbolizando su
compromiso con la Campaña por el Derecho al Aborto– y el rodete blanco que
le da ese aire de abuela de cuento. Pero es sólo para recuperar la energía y
seguir empujando los pasos con los que ha dibujado la huella de su
militancia y de su vida. En la semana internacional de acción por la salud
de las mujeres, la misma semana en que esta mujer bajita eligió otra vez
ornarse de verde, una recorrida por esta historia individual que es también
colectiva.

Por Moira Soto


Detrás de ese aspecto tranquilizador de clásica abuelita de Caperucita Roja
(solo le faltaría la cofia con puntillas), hay una militante incansable de
toda la vida, una feminista actualmente comprometida a full con la campaña
por el derecho al aborto. A punto de cumplir los 80 el próximo 21 de junio,
Dora Coledesky acaba de plantar pensamientos y alegrías del hogar en el
jardín de su casa de Ituzaingo, donde vive con su marido Angel Lázaro
Sanjul. Aunque no la atraen las manualidades del hogar –ni cose ni teje–, sí
es capaz de cocinar con gusto algunos platos, como el locro que preparará el
domingo –una receta de su madre, que aprendió en Tucumán– para su nieto
Diego, que cumple años. Además de leer mucho y mirar películas por el cable
con su marido, Dora dedica buena parte de su tiempo a trabajar, a trabajar
con la computadora, tanto en la Campaña Nacional por el Aborto Legal, Seguro
y Gratuito, como en la escritura de artículos e intercambio de correos. Y,
desde luego, no deja pasar oportunidad de estar con sus dos nietos, su
nieta, su bisnieta y su bisnieto.

A Dora Coledesky le cuesta un poco abrirse en esta entrevista para hablar de
ella misma, de su historia personal. Hasta se diría que desconfía un
poquitín de los motivos de la cronista. Pero después de un buen café se
distiende y se explaya largamente, aunque cada tanto duda del interés de su
propio testimonio. Sobre el final del encuentro, con pudor, conteniendo la
emoción, habla sobre su hijo Angel Francisco Sanjul: "Aunque lo haya
perdido, mi hijo es parte de mi vida. Creo que él sufrió los vaivenes de
nuestra militancia: lo tuve a los 24, éramos muy jóvenes, estábamos inmersos
en la actividad política y quizás no comprendimos totalmente lo que
significaba conducir la vida de un niño. En una etapa él se enfrenta a
nuestra militancia, y cuando marchamos al exilio, decide quedarse. Se
recibió de abogado ya grande, cuando regresamos acá él nos ayudó. Yo estoy
muy orgullosa de mi hijo, tenía muchas condiciones, era muy generoso. Cuando
mi marido y yo nos jubilamos, él nos reemplazó y ejerció la profesión
realmente como un apostolado. Escribía poesía, cuentos, una novela, todavía
nada ha sido publicado.

Era una persona muy valiosa desde todo punto de vista. Al principio, el
dolor era insoportable, me sostuvo mucho la solidaridad de mis compañeras,
el mantenerme en actividad. Ya van tres años y lo recuerdo de continuo,
siempre está presente. El proseguir con esta campaña a favor de las mujeres
es como un homenaje a él, que tenía esa conducta tan noble. No fue inútil su
vida, ayudó a mucha gente, aparte de todo lo que significó para su familia".

¿Tenés algún recuerdo puntual de cuándo empezaste a tomar conciencia de tu
lugar de mujer en el mundo?
–El otro día me estaba acordando de esta heroína de la Historia, en realidad
una prócer, Mariquita Sánchez de Thompson. Ella se animó a enfrentarse a sus
padres, no aceptó el marido que le querían imponer, se casó con el hombre
que amaba... Yo tenía 13 años, estaba en el Liceo y creo que ahí se me
despertó el corazón feminista, tanto me impresionó la rebeldía de Mariquita,
esa voluntad firme de decidir su destino. Pero por otra parte, te podría
decir que el feminismo en todo el sentido de la palabra lo aprendí en
Francia, en la teoría y en la práctica. Es cierto que desde muy joven yo
había militado en el Partido Obrero Trotskista, donde no había mucha
desigualdad, las mujeres que se lo proponían podían ocupar un lugar bastante
a la par: yo intervenía en actos públicos como oradora, eso me dio bastante
empuje, otras posibilidades. Era muy raro en ese entonces, en los años '50,
que las mujeres hablaran en público. Nosotras interveníamos en Once, en
Constitución. Pasaban los hombres y se detenían porque les llamaba la
atención. Algunos, por supuesto, se expresaban en son de burla: andá a lavar
los platos, cosas por el estilo.

¿En qué momento venís de Tucumán a Buenos Aires?
–Vinimos con mi marido en el '55, ambos estábamos en el Partido Trotskista,
donde aprendí mucho sobre la militancia, fue una importante escuela
política. Pero ese partido degeneró, ésa es la verdad: después de haberle
dedicado bastantes energías, tuvimos que apartarnos. Mientras funcionó, fue
una experiencia que valió la pena, se aproximaba a la interpretación que
hacíamos en ese momento de la clase obrera, que tenía mucho peso en el país,
cosa que ahora no sucede. Después, el partido se burocratizó, comenzaron una
serie de problemas de discriminación. Ni mi marido ni yo quisimos seguir en
esas condiciones. De modo que luego de veinte años, nos fuimos.

¿Debutaste en la militancia con este partido?
–No exactamente: antes de entrar en el Partido Trotskista, empecé a militar
en la Federación Secundaria en Tucumán, donde conocí a Angel, él ya estaba
en ese movimiento estudiantil. Después entramos en el Partido Socialista,
vinimos a Buenos Aires. Yo ya era abogada, mi marido también se había
recibido, pero estaba la idea de proletarizarse. Quizás no era el camino
correcto esto de querer que los dirigentes de una fábrica vengan de afuera;
después comprendí que debían surgir de la propia clase obrera. Pero
igualmente para mí fue una gran experiencia entrar a trabajar en una
fábrica, una lección política y de vida, más allá de lo que más tarde pasó
con el partido. Hubo otras mujeres de la clase media que hicieron la misma
experiencia.

¿Conocías la situación de las obreras antes de empezar a trabajar con ellas?
–Tengo que decirte que en la actualidad no se conoce, no se ha investigado
la historia de las obreras en las fábricas de nuestro país. Ojalá algún día
se pueda escribir esa historia, antes de que se pierdan los testimonios de
primera mano. Eran establecimientos enormes, yo estuve en una textil donde
había cinco mil obreras, La Bernalesa, que después cerró, también trabajé en
otra más chica. Fue muy interesante, muy revelador descubrir la relación de
las mujeres en la fábrica, ahí aprendí mucho sobre compañerismo. Yo venía de
la clase media y me sorprendió el lenguaje crudo y directo de las obreras,
su franqueza. Tanto hablando de sexo como de cualquier otro tema, ellas
llamaban al pan, pan, y al vino, vino. Por ejemplo, en las fábricas se
hablaba de aborto como si tal cosa, tema que no se mencionaba en otros
ambientes. Era bastante común escuchar a una trabajadora decir: "Ah, Fulana
no vino porque se hizo un aborto". O sea, que las mujeres recurrían a la
interrupción voluntaria del embarazo y lo comentaban sin reparos, se tomaba
ese derecho en la práctica. No llegué a saber con qué recursos se manejaban,
seguramente en ese entonces no era tan caro hacerlo en condiciones
aceptables. Tampoco las obreras tenían problemas en conversar sobre sus
relaciones sexuales, darse mutuamente consejos. Algunas actuaban con
bastante libertad. Me parece que las mujeres que hoy limpian por horas en
casas de familia, aisladas de sus pares, no pueden tener esa vivencia que da
el trabajo colectivo.

¿Las mujeres se metían en actividades sindicales, políticas en la fábrica?
–Sí, fue muy interesante verificar esto. Conocí a mujeres sumamente valiosas
que, en su nivel, pensaban el mundo, la vida, intervenían políticamente. Por
eso tenía la fábrica en aquel entonces: una vida política, se discutía todo
y esa actividad proseguía en el barrio, que estaba cercano al
establecimiento. Barrios que ya no existen, como dejaron de existir tantas
fábricas. Hay casos de huelgas de mujeres que nunca se contaron. Yo las he
visto tirarles monedas a los burócratas, enfrentándolos, y también he visto
cómo la burocracia las usaba a ellas, sus relaciones, para ejercer su
dominio. Una vez se organizó un paro porque se había encontrado a un jefe
con una empleada en el baño. Las obreras decían: para que se sepa que las
fabriqueras no somos putas, de la puerta para afuera, cada cual hace lo que
quiere (en realidad decían "de su culo un candelero"), pero no en el
trabajo. En otra ocasión, hubo un repudio en una sección donde un capataz
había intentado tener relaciones con una obrera.

¿Hasta dónde llegaba la militancia de estas mujeres?
–Desde ya, las mujeres nunca ocupaban un lugar como dirigentes, pero
exigían, expresaban su bronca en las asambleas. Entonces, te diría que
bastante antes de conocer el feminismo en Francia como movimiento
organizado, esta conducta de las obreras, su intento de hacer valer sus
derechos, sus relaciones de hermandad, de respaldo recíproco, asistí en la
práctica a un feminismo espontáneo. Mujeres que venían del interior, acaso
del campo, de trabajar en el servicio doméstico, se incorporaban a la
fábrica y aprendían rápidamente lo que era manejar una máquina que no habían
visto nunca, se interiorizaban sobre lo que era un sindicato, estrechaban
relaciones entre ellas. Para ellas era un salto adelante, un progreso en el
que se ubicaban aceleradamente. Solo estuve dos años y medio, pero fue un
aprendizaje extraordinario para mí.

¿Se daban cuentan las trabajadoras de que vos venías de otro sector social?
–Claro que se daban cuenta perfectamente de que yo no pertenecía al medio de
ellas: por mi aspecto, mi manera de expresarme... Pero a pesar de mi origen
distinto me respetaban, quisieron elegirme delegada. Pero se metió la
burocracia y creo que hubo una trampa para que yo no saliera, pese a que mis
compañeras –más vivas que yo– propusieron ir todas juntas a controlar la
urna para evitar el fraude. Me emocionó que ellas me eligieran a mí, me
consideraran capaz de ser su delegada. Estas compañeras nunca supieron que
yo era abogada. A la única que se lo dije fue a una chica uruguaya, la fui a
visitar a su casa, le comenté a qué partido pertenecía. Lo tomó bien, era
una muchacha muy avanzada, en la fábrica la quería todo el mundo, era una
persona especial.

¿Cuál es el origen de tu familia?
–Mi familia es argentina de origen judío, con una abuela paterna rusa,
apasionada por la política, gran lectora. A mi casa llegaban los periódicos
del Partido Socialista y yo me los tragaba, se vivió de cerca la Guerra
Civil Española. Mi papá se dio cuenta hacia dónde tiraba yo, me alentó
mucho. El era un autodidacta que sabía de todo, pero sin educación formal.
Me ayudó mucho para que yo pudiera seguir la carrera de abogacía. Mi madre
tuvo tres hijas, era una gran persona muy intuitiva, yo la quería mucho,
tuvimos una linda relación. Ella había trabajado desde los 14 con la máquina
de escribir, empleada de comercio en una época en que no existía el sábado
inglés. Tan joven, su vida era muy sacrificada: tenía cuatro hermanos
varones, uno mayor que ella, y como mi abuela materna sufría de depresión,
ella tenía que cocinar, limpiar la ropa, ocuparse de la casa cuando volvía
del trabajo. Estuvo en La Piedad, lo conoció a mi padre cuando estuvo
empleada en Singer. Y la vida que hizo junto a mi padre también fue difícil.
El era un tipo de clase media que no encajaba en ningún lado. Al no ser
obrero, tenía que trabajar de corredor, vender libros. Nosotros habíamos
vivido primero en Buenos Aires, donde hice el primer grado. Nos vamos a
Rosario cuando trasladan a mi padre, que estaba en Espasa Calpe, allí hago
el resto de la primaria y parte de la secundaria. A continuación, a mi papá
lo contratan en Tucumán, donde vivía una hermana de él que tenía un negocio.
Tenía 14 cuando nos fuimos a vivir allí, un lugar tan distinto de Rosario.
Tucumán era una provincia muy pobre donde las diferencias sociales eran muy
grandes, una discriminación que no ha desaparecido del todo. La sigue
habiendo ahora, pero no tan fuerte porque se desarrolló al impulso del
capitalismo.

¿Cómo fue que decidiste casarte tan joven?
–Angel era un tipo especial, muy inteligente, me despertaba respeto y
admiración además de amor, no era cuestión de dejar pasar a un tipo como él,
te digo sinceramente. Cuando me casé, todavía no tenía yo ideas tan
igualitarias dentro de la pareja. Para mí fue decisivo venir a Buenos Aires
con mi marido porque en Tucumán era inevitable sentir el arrastre cultural,
todos esos prejuicios de la provincia sobre cómo debe ser una familia. Y
aunque nosotros nos habíamos liberado un poco de ciertas ideas recibidas,
estaba esa presión que nos rodeaba. Por eso digo que tuve un primer
despertar en Buenos Aires y un segundo despertar en Francia. Mi marido, en
un principio inevitablemente influido por el machismo, también evolucionó.
Creo que mi propia evolución ayudó a la suya. Pienso que yo contribuí a que
se liberara de ese rol masculino que también aprisiona a los hombres. Todo
lo que hago actualmente, me gusta comentárselo, consultarlo con él, a menudo
me hace aportes interesantes.

¿Qué sabías del feminismo antes de irte a Francia?
–En Buenos Aires conocí a algunas compañeras que militaban en el movimiento,
como Magui Bellotti, tenía simpatía por el feminismo pero no lo había
asumido en toda su importancia. Fue en Francia donde se me abrieron los
ojos, conocí a mujeres brillantes, el movimiento feminista tenía una gran
vitalidad, gran envergadura. Se hacían reuniones de 500 mujeres, en la
universidad de Vincennes, por ejemplo. A una de esas reuniones nos invitaron
a las exiliadas para que contásemos lo que sucedía en nuestros países, luego
surgió la idea de hacer un grupo de mujeres latinoamericanas que duró
bastante tiempo. De manera que yo fui avanzando, conociendo, reflexionando
en contacto con el feminismo francés. Al llegar a París, nos integramos con
mi marido a la Liga Comunista Revolucionaria porque daba la posibilidad de
hacer tendencias y fracciones. Constituimos una tendencia integrada por
feministas y homosexuales varones. Y en un congreso, logramos imponer la
idea de que el movimiento feminista debía ser autónomo, no depender de
ningún partido. Cuando vinieron las Madres de Plaza de Mayo, avisé en
diversos talleres universitarios. Todas las mujeres se reunieron en una
especie de teatro, las Madres hablaron y una compañera las tradujo. Se hizo
una colecta y se publicó una declaración de las feministas en Le Monde. Creo
que no se conoce aquí la forma en que ayudó el movimiento feminista francés
a las Madres. En otra oportunidad, un 8 de marzo, en un gesto simbólico, al
cartel de la rue Bonaparte le pusieron encima otro nombre: Les Folles de la
Place de Mai. Colette Auger, una feminista muy prestigiosa, vino a Buenos
Aires corriendo todos los riesgos para traer un hábeas corpus –que había
preparado mi marido– a favor de los abogados y médicos desaparecidos. Acá le
dieron dos días de plazo para que se fuera, bajo amenaza de detención.

¿Asumir el feminismo fue como encontrar la religión verdadera?
–Prefiero no usar la palabra religión, ni en forma metafórica siquiera...
Para mí fue algo sumamente importante, se me abrió un camino de verdadera
liberación, me crecieron alas. Puede ser que yo no esté de acuerdo con
formas radicales, pero por suerte, se trata de un movimiento con muchas
corrientes, muchas tendencias. Entendí claramente que no se puede llegar al
socialismo si la revolución no se hace en todos los planos, uno de los
cuales es sin duda el del feminismo. No hay toma del poder de la noche a la
mañana, después de la experiencia con el bolchevismo, con la URSS, no
podemos seguir repitiendo ese eslogan, sabiendo que lleva a una burocracia
dominante. Eso no va más en política: hay que transformar la sociedad, ir
produciendo diversos cambios para mejorarla. El feminismo es fundamental por
la modificación cultural profunda que promueve. Ya podemos ir sumando
algunos logros, en el mundo y en nuestro país. Por ejemplo, enfrentando a la
corporación médica en Santa Fe, denunciando uno por uno a los médicos.
Aunque ya no tengo tantas fuerzas, viajé porque lo consideraba una cita de
honor, aunque no pude estar en la columna. Fue un gusto grande encontrarme a
un grupo de compañeras jóvenes que se están perfilando con mucha fuerza, muy
decididas. Y son muchas más las que se están movilizando, haciendo cosas que
tiene que ver con el cambio.

¿Fue un bajón la llegada a Buenos Aires después de lo que viviste en
Francia, donde ya estaba vigente el derecho al aborto?
–Me costó adaptarme aunque venía preparada, pero a la vez dispuesta a actuar
con todo ese bagaje que había adquirido. Llegué en el '84, me puse en
contacto con unas compañeras que ya eran feministas, traduje artículos, nos
reuníamos para intercambiar ideas. Después empecé a ir a las reuniones de
ATEM, donde surge la idea de la Comisión por el Derecho al Aborto, ahí
empezamos a funcionar con ese tema, en aquel entonces algo inaudito: frente
al Congreso, juntando firmas con una pancarta que mencionaba un tema tabú.
Hace más de veinte años, imaginate. Menos mal que encontré compañeras
dispuestas a luchar por estas reivindicaciones, si no habría sido muy
difícil para mí.

¿Siempre tuviste la convicción de que el aborto debía ser un derecho para
todas?
–Sí, no te olvides de que estuve en un partido revolucionario, nos habían
munido mucho de las ideas de Trotsky, de Lenin, cuyas primeras resoluciones
fueron a favor del aborto. Después, Stalin retrocede, lo anula, lo vuelve a
instalar. Me parecía un derecho aunque me faltaba articular la
fundamentación, cosa que hago en Francia. Por eso volví a la Argentina con
las cosas bien aclaradas y con la intención de llevarlas a la práctica.

¿La interrupción voluntaria del embarazo se convirtió en un tema prioritario
para vos?
–Por supuesto, aunque me importan otros aspectos de la problemática de la
mujer que hay que resolver. Si bien el miércoles estuvimos defendiendo el
proyecto de ley con toda la comisión y mujeres que nos acompañaron, tengo
mis dudas sobre lo que pueda pasar con el Parlamento que tenemos. Sin
embargo, casi veinte diputadas y diputados nos dieron su apoyo, lo cual es
un paso adelante.

¿A qué atribuís esta negación de la clase política en general a enfrentar
abiertamente la discusión sobre el aborto conociéndose el número de mujeres
que interrumpen sus embarazos y las consecuencias de aborto clandestino para
tantas mujeres?
–Yo creo que la sociedad, en un alto porcentaje, está de acuerdo con ese
derecho desde hace mucho, empezando por las mujeres, claro. Pero otra cosa
sucede con las instituciones tradicionales, está el peso tremendo de la
Iglesia, los sectores reaccionario que resisten. Y lamentablemente, es poca
la gente famosa –del espectáculo, de la cultura– que se juega abiertamente,
por eso rescato mucho a las figuras que se comprometieron y firmaron a favor
del derecho. También me pone muy contenta que haya cada vez más compañeras
jóvenes feministas que toman la posta con entusiasmo. Este proyecto plantea
el aborto voluntario para las que lo deseen, no está sujeto a ningún
condicionamiento hasta las doce semanas. El aborto no punible ya existe, hay
que ir más lejos. Creo que nosotras hemos salido a expresar, a poner sobre
el tapete una necesidad de la sociedad, esto es innegable. Si la sociedad no
lo estuviese pidiendo, no habría tal proyecto. Aunque las instituciones se
empecinen en negarlo, en algún momento se va a imponer un requerimiento tan
fuerte, la ley va a salir. Más allá de los problemas de salud, de maltrato y
de muerte que genera el aborto clandestino, estamos hablando de un punto
central en la liberación de la mujer. Queremos que absolutamente todas, en
todos los rincones del país, dispongan de este derecho, de la posibilidad de
poder hacerse un aborto en cualquier hospital por libre decisión. No importa
las excusas que esgriman: quienes se oponen no quieren la liberación de la
mujer, quieren mantener ese control sobre su cuerpo, ése es su objetivo.

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